La clausura en Londres este fin de semana de las sesiones anuales del enigmático Club Bilderberg, sin conclusiones públicas sobre los temas realmente
tratados y las recomendaciones finalmente hechas a los 140 escogidos
invitados por quienes detentan las riendas estratégicas de la situación
mundial, nos dejan sin saber sobre la certeza o no de las revelaciones
previas de varios autores especializados, en el sentido de que el gran
patrón David Rockefeller, anciano banquero estadounidense, quiere
reducir la demanda universal de bienes y, en consecuencia, la
desaparición de la clase media consumista con el objetivo de atrasar el
momento de la eclosión de la energía fósil y evitar así una gran
hecatombe planetaria en torno al año 2045. Si faltase energía, ¿sobraría
gente?, parece que se preguntan los amos del Mundo.
Hace
unos días, el nuevo primer ministro italiano Enrico Letta revelaba,
para justificar la urgencia de un plan de empleo juvenil en su país, por
qué las clases pudientes y menos afectadas por la crisis también
estaban dejando de consumir: les preocupa el futuro de unos hijos sin
trabajo a pesar de sus cualificaciones universitarias y profesionales.
Letal para la ciencia del marketing, si es que existe. Pero mucho más
para el Estado-nación, que tanto parece estorbar en el diseño de un
nuevo orden mundial dictado desde Londres y Nueva York por los
banqueros judíos Rothschild y Rockefeller, según certeza de los
conspiranoicos.
Extrapolado a
España este extremo, el vértice de la construcción desde tiempos del
general Franco de una amplia clase media ha sido, es y puede dejar de
ser El Corte Inglés, gran templo del consumismo inducido y
sostenido para y por los grandes beneficiados del desarrollo económico
de la primera parte de la segunda mitad del siglo XX. Y el gran icono
hoy de la España sin control presupuestario privado y público.
Hoy El Corte Inglés
vive los peores momentos desde su creación en 1940. No es ajeno a los
vaivenes internos por la crisis y su proceso de toma de decisiones, como
el de todo gran saurio, es lenta y no ajustada al devenir continuo de
acontecimientos. Como fórmula de salvación primero aprieta a proveedores
y luego a empleados y hasta clientes; algo impensable hace unos años lo
de restringir crédito a los titulares de sus tarjetas o enviar a factoring sus recibos emitidos ante la creciente ruina de su público objetivo.
Un modelo desarmado por la crisis
La manida 'marca España' es hoy menos El Corte Inglés que Zara.
Y es que el modelo de gran almacén evolucionado desde los ejemplos
norteamericanos de antes de la II Guerra Mundial y trasladado a Madrid
por los asturianos Pepín Fernández y Ramón Areces, parece conocer el
principio del fin de todo un ciclo de vida.
Lo
primero que ha recomendado su banca acreedora para recuperar con cierta
garantía el pasivo oficial de 5.000 millones de euros (El Corte Inglés
sostiene, sin contraste auditor externo alguno, que sus activos en
balance están por encima de los 7.450 millones) es que frene en seco la
expansión sin cabeza en España y que se olvide de la ocurrencia
corporativa de una fuga hacia delante en América Latina.
Porque la alocada expansión interior y lusa de El Corte Inglés
en los últimos cinco años, hasta rozar los 100.000 empleados y los
15.777,75 millones declarados de facturación en 2011, no se entendía
bien desde fuera por las claras manifestaciones de la crisis desde 2007 y
una brutal recesión del consumo desde 2010. Aventuras erradas como las
de Cartagena, El Ejido, Oporto, El Tiro, Elche... y tantas otras no se
explican con una mínima aplicación de la ciencia del mercado y la
posesión de una elemental información de calidad y valor añadido para
los negocios.
Lo cierto es que, dirigido por una especie de gerontocracia comercial, El Corte Inglés
no demuestra gran capacidad de adaptación ni siquiera de reacción.
Excepto en la más reciente oferta del supermercado, mes tras mes se
muestra incapaz de taponar la gran hemorragia que le han producido Zara, Mercadona, Media Markt, Ikea, Leroy Merlin, Carrefour y
la variada oferta de moda, calzado, textil y hogar en los cientos de
grandes centros comerciales que han proliferado en todas las regiones
españolas en los últimos 25 años.
Uno de sus lastres es que El Corte Inglés
sigue resultando caro en comparación con sus competidores. Parece que
no le resulta fácil ajustar sus costes estructurales y sus márgenes
comerciales lo que, de entrada, le impide seducir a ese casi 30% de
desempleados españoles y sus familias aparte de a un funcionariado
castigado en sus nóminas por una drástica política de recortes, que
asusta a los más endeudados de todos ellos pese a que la mayoría son
pareja de otra/o funcionaria/o.
La desaparición, además, de la conocida como 'tarjeta del gerente' (dádiva
libre de impuestos de muchas empresas a sus gestores para que, con
cierto límite, sus esposas o ellos mismos pudiesen comprar en El Corte Inglés,
en una especie de fidelización sobrevenida) como efecto inmediato del
desastre en la cuenta de resultados de una buena parte de las medianas
empresas españolas, ha restado igualmente masa crítica de clientela
estable desde el año 2010.
Uno de los síntomas más preocupantes de la crisis propia de El Corte Inglés
es una especie de maltrato, manifestado en privado por proveedores, a
los que parece estar arrastrando en su dinámica con la consiguiente
escasez de algunos productos corrientes en todos o algunos de sus más de
80 grandes almacenes en España y Portugal. Y una política, aún más
extrema, de personal, con preeminencia de la retribución variable sobre
la fija, más turnos sin cobrar los fines de semana por la apertura en
domingos y muchos festivos desde enero de 2013.
De prestamista a prestatario
El reciente anuncio de la emisión de bonos de El Corte Inglés
por valor de un millón de euros para financiar las ventas a plazos de
sus tarjetas de compra, las rigideces aparecidas para la ampliación del
límite de crédito de esas mismas tarjetas y una caída general de ventas
en todos sus centros, estimada entre el 40-60% con base en las de 2009,
lo ha convertido de prestamista de las administraciones públicas en base
a su exceso de liquidez, en prestatario de los bancos y financieras
para poder digerir el momento histórico más adverso de toda su
existencia.
En su actual derrota hacia no se sabe bien dónde, El Corte Inglés
se encuentra, además, con tres tendencias muy adversas desde el punto
de vista estratégico que, de momento, no sabe o no puede conjurar y que
comprometen de forma grave y severa su existencia a medio y largo plazo: 1.- Sus ventas on line son caras y con mucha competencia.- 2.-
Su imagen pública percibida como corporación de su tiempo ha recibido
un dardo mortal tras descubrirse, a raiz del incendio en Bangla Desh, a
que precios y en qué condiciones de explotación, seguridad e higiene
laboral fabrica directamente en el Tercer Mundo.- Y 3.- Las nuevas generaciones, obviamente, no suelen ser clientes declarados y los segmentos sociales más concienciados, tampoco.
(*) Periodista y profesor