El campo político español, tal y como se
reconstruye a partir de 1978, delimitó una férrea frontera entre los
´profesionales de la política´ y ´los profanos´. Los profesionales
hicieron de determinados lenguajes, rituales y recompensas las señas
distintivas entre quienes estaban legítimamente dentro del campo
político y quienes quedaban fuera. Los profanos fueron progresivamente
excluidos de la política legítima, aunque convocados periódicamente a
las urnas para votar. La movilización del 15M impugnó fuertemente este
campo político, cuando miles y miles de profanos gritaron «no nos
representan» en nombre de la democracia. La frontera que los
profesionales habían levantado frente a los profanos quedó cuestionada
como síntoma de desdemocratización.
Aquí también los ´sin papeles´, esto
es, los excluidos de la política legítima, reivindicaron su lugar en el
mundo político. Sabiéndose los perdedores de una crisis económica que
cortaba radicalmente las trayectorias sociales ascendentes construidas
laboriosamente por sus padres, los jóvenes de los sectores medios y
populares urbanos, contando con la solidaridad intergeneracional de los
más mayores, utilizaron muchas de sus formas de expresión específicas
(la interacción grupal, la acampada, la política del placer, etc.) para
reinventar un mundo político posible, pero radicalmente democrático.
La
plaza pública y la asamblea representaron una apertura de la política
deseada para que los profanos expresaran su malestar y su potencia. El
15M lo cambió todo. Nada podía ser igual. A los profesionales de la
política a partir de entonces se les empezó a pensar como una ´casta´. A
la asamblea se le concibió como el escenario ideal para la expresividad
de una nueva práctica política protagonizada por ´profanos´.
La
iniciativa política Podemos, que irrumpe con cinco europarlamentarios en
las pasadas elecciones del 25 de mayo, nace de una lectura y de unas
hipótesis sobre lo que significó el 15M. Como no se cansan de repetir
Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, por citar dos de las voces más
significativas de la iniciativa, no se trata tanto de ´representar´ al
15M (algo imposible dada su heterogeneidad) como de ´interpretar´ qué
fue tan excepcional acontecimiento. De esa lectura del 15M nace un
espíritu y una metodología para la acción política que se ha propuesto
llegar a gobernar este país. El 15M rechazó la entrada en el campo
institucional pero alimentó un ciclo de movilizaciones inédito
(anti-desahucios, mareas, etc.). Podemos recoge ese espíritu de la
política hecha por profanos pero plantea como necesidad la entrada en el
campo institucional: «Nos han tenido mucho tiempo fuera, ahora nos van a
tener dentro».
Este gesto, provocador e insólito, se hace sobre
la base de procedimientos y metodologías que ya estuvieron presentes en
el 15M: la base asamblearia y la plaza pública (los Círculos en Podemos)
donde los profanos se expresan por encima de las divisiones trazadas
por los partidos políticos; el rechazo a las mediaciones burocratizadas
propias de los partidos; la apuesta por formas de elección y de toma de
decisiones radicalmente democráticas (primarias abiertas para
confeccionar las listas electorales, lo cual impugna la lógica de la
´selección de élites´ mediante el aparato de partido; construcción del
programa electoral mediante discusión colectiva horizontal en la que
todos se reconocen como ´expertos´, etc.).
Podemos aspira a la
construcción y movilización de un pueblo que considera unido por unas
similares condiciones materiales de vida modeladas por el trauma de la
crisis (empobrecimiento vital y desposesión de sus propiedades sociales)
y para ello reivindica y elogia una política hecha por profanos. Esta
demanda de una política profana se entronca con toda una tradición
política de reivindicación de una democracia digna de su significado:
«Ahí donde cada hombre tome parte en la dirección de su república de
distrito, o de algunas de las de nivel superior, y sienta que es
partícipe del gobierno de las cosas no solamente un día de elecciones al
año, sino cada día; cuando no haya ni un hombre en el Estado que no sea
un miembro de sus consejos, mayores o menores, antes se dejará arrancar
el corazón del cuerpo que dejarse arrebatar el poder por un César o un
Bonaparte», escribió el que fuera autor de la Declaración de
Independencia americana, Thomas Jefferson, allá por 1824. En definitiva,
una exigencia de democracia para hacer saltar en pedazos el muro
defensivo que los profesionales levantaron alrededor del campo político
para mantener a raya y sin papeles a los profanos. Cuando Teresa
Rodríguez dice aquello de «tener un pie en las instituciones y mil en
las calles» o cuando Pablo Iglesias arenga con eso de que «si los
ciudadanos no hacen política vendrá alguien a hacerla por ti», ambos
están revitalizando el ideal de un poder del pueblo para el pueblo.
Si
los profesionales de la política se encastillan en los lenguajes,
juegos y recompensas propias del campo político, imponen la tendencia a
su cierre progresivo. Y devienen ´casta´. El insigne sociólogo
estadounidense C. Wright Mills habló de las élites de poder para
denunciar la degradación de la democracia de su país por parte de un
entretejido denso entre intereses políticos, económicos y militares de
una minoría con cada vez mayor poder acumulado. El término de ´casta´,
profusamente utilizado en la terminología de Podemos, recoge una
definición muy similar a la de Mills, pues denuncia la connivencia
interesada entre poder político, económico y financiero (´las puertas
giratorias´).
En definitiva, la casta es ese capitalismo de ´amigantes´ (amigos+mangantes) que según el filósofo Emilio Lledó caracteriza al meridional capitalismo español.
Se equivocan los que han visto en Podemos un fenómeno de ´antipolítica´. La antipolítica, tal y como Noam Chomsky la conceptualizó, es esa representación de las cosas que viene a decir que «los políticos tienen la culpa de todo», que «la política es el problema» o que afirma «yo no voy a votar, todos son iguales, corruptos e indecentes». Esta representación de la realidad oculta la responsabilidad de las grandes corporaciones empresariales en lo que está pasando. La antipolítica es una forma de ceguera promovida de forma interesada para que los lobbies capitalistas sigan moviéndose en las sombras y haciendo la política realmente existente. La antipolítica es la política del neoliberalismo.
Por ello, Podemos
reivindica la política e insiste en arrebatarle el monopolio de la
política a los profesionales pues en sus manos degenera en
´antipolítica´.
El 25M Podemos lanzó una hipótesis política que
recoge la transversalidad social del acontecimiento del 15M. Por encima
de las diferencias de partido que dividen (y fragmentan políticamente) a
la ciudadanía es posible constituir un contrapoder del 99% para
gobernar este país y revitalizar la capacidad constituyente de la
sociedad. Esa hipótesis llama a la audacia de los que quieren revertir
la actual desdemocratización del Estado español y seguramente de Europa.
(*) Profesor titular de Sociología en la Universidad de Murcia