Esta misma semana las Cortes Generales, Congreso y Senado,
proclamarán rey al Príncipe, previsiblemente con el nombre de Felipe VI,
y España introducirá así un elemento básico de tranquilidad en la Unión
Europea, donde existen otras seis monarquías constitucionales o
parlamentarias en espera de no perder cuota institucional en el
Continente ni que muy cerca se sienten precedentes adversos.
Bruselas oficiosamente se inclina, pues, por la continuidad de la
Monarquía en nuestro país y semanas atrás ha propiciado, con la máxima
discreción, la necesaria y urgente abdicación del padre, azuzada por la
católica Bélgica y la protestante Holanda con especial ahínco.
También se es consciente en el resto de Europa, donde existen tres
monarquías más, Noruega, Liechtenstein y Mónaco, que la forma
republicana no ha tenido una buena experiencia histórica entre nosotros,
sobre todo, en un siglo XIX tormentoso, aunque los amplios sectores
identificados con ella no afloren ahora del todo todavía al
relacionarse, intencionadamente por cierta propaganda ideológica, la II
República como algo que larvó la Guerra Civil a comienzos del siglo XX.
(Por cierto, que sería bueno sustituir en parte la actual bodeguilla
del pabellón del príncipe por una biblioteca básica de ensayo para estar
en poco tiempo intelectualmente por encima de la media de un país con
demasiados analfabetos funcionales en este momento, sin criterio
fundamentado y sobre los que va a reinar igualmente Felipe VI, más de
los que parece 'ninis' y 'frikis').
Sin embargo, el encaje de bolillos ahora es diseñar y realizar una
segunda transición, con el motor de la Corona, desde la regeneración del
sistema, con la voladura controlada del régimen de 1978 y la
eliminación sin más de la indeseable casta generada al objeto de obtener
una rápida y actual credibilidad democrática frente a unas nuevas
generaciones ilustradas y decididas a opinar y ser activas sobre su
propio destino individual y colectivo. Porque la inevitable Monarquía
federal de Felipe VI será ya 'republicana', o no será en el tiempo, si
se quiere de verdad conjurar una estructural inestabilidad institucional
a la belga y un final casi seguro fatal.
La primera meta a alcanzar debe ser revaluar la Corona. Sería bueno
que en La Zarzuela sólo viviera un rey y en Marivent, si acaso, una sola
reina. La imagen pública percibida y la forma transmitida van a ser
claves a partir de ahora en la imprescindible, por estratégica,
excelente comunicación institucional, a la par formal y no verbal, a
emitir desde palacio y para la que no valdrán voluntarios aficionados en
vez de profesionales experimentados y acreditados para dirigirla, por
el bien de la Casa Real en primer lugar.
(Especial atención se debe prestar a Internet y la generación digital
que tiene tras la suya Felipe VI, cuya aristocracia intelectual es hoy
la principal fuerza social en acción en el Reino).
Es por eso que el entorno funcional heredado de la época de príncipe
por la precipitación abdicadora, se ha de ir renovando gradualmente pero
sin dilación antes de final de año por el nuevo monarca, quien para
evitar más desaciertos ha de huir, diplomáticamente pero de forma
resuelta, de ciertas amistades bien identificadas y de cortesanos
espontáneos en busca de presumir en sociedad, privada o públicamente, de
influencia neta en Zarzuela, hasta llegar a alimentar el ¡Hola! cuando
no estamos tratando de un 'cuento de hadas' ni de una Corte al uso.
Porque de lo que sí se trata, dentro de un inaplazable cambio de
estilo, es de ser útil al país, ganar autoridad moral y ser el líder de
esa monarquía 'republicana' que catalice todas las sensibilidades en
presencia, para quienes Zarzuela siempre debe 'estar de guardia' porque
no se debe limitar a arbitrar y verlas pasar sino animar a la acción
desde su influencia institucional. Eso no está reñido con la
imprescindible sobriedad y ejemplaridad que se esperan dentro de una
exteriorización no excesiva de privilegios. El nuevo rey no debe dejar
que le induzcan a error ni repetir errores cometidos por otros. Yo le
diría que no haga nada que no pueda hacer la mayoría de españoles,
comenzando por renunciar como gesto a la inviolabilidad no política.
Uno de esos errores de bulto podría ser repetir esquemas superados,
por experimentados años atrás, de marketing institucional que se
identifican con el pasado. El contacto callejero con el pueblo no debe
ser programado para la propaganda sin más recorrido sino que debe
responder a circunstancias espontáneas como demuestra, una y otra vez,
la longeva reina de Inglaterra, quien tampoco suele visitar ni alternar
con monarcas autoritarios o recibir en Londres a dirigentes muy
contestados por la opinión pública internacional. Y, mucha atención, que
sólo viste su uniforme cuando el contacto es exclusivamente con
militares. El mensaje es claro por parte del antiguo y sabio Imperio
Británico.
El acento se ha de poner ahora, más que nada, en recibir y conocer
semanalmente a nuevos representantes de la sociedad civil española y ser
sugerente con ellos sin llegar a ser 'colega'. Todavía existen en
nuestro país muchos más indiferentes que monárquicos declarados y
republicanos recalcitrantes juntos, al igual que ocurre con los
católicos de abrumadora mayoría confesa. El nuevo monarca, del que tanto
espera Europa aunque no Estados Unidos, debe ser un 'republicano' y
para ello se debe fijar muy bien en los modos y maneras de El Elíseo
pero también tener la humildad de escuchar al rey padre de los belgas
por aquello de su experiencia en templar los ánimos de valones y
flamencos cada día que amanece.
Felipe VI tiene la obligación de legitimarse 'per se' y demostrar no
querer ser una herencia del franquismo por una sobrevenida legalidad de
dudosa legitimidad. A partir de aquí nada se debe cerrar en falso ni
autoengañarse. Lo que viviremos esta semana tan solo es una forma de
continuidad que exige luego varias reválidas en tiempo y forma. Los
mimbres viejos hay que quemarlos, de entrada, en la chimenea de la
Historia. Todo lo que, al final, ha resultado contra el pueblo no debe
coexistir con el nuevo monarca por su propia trascendencia de futuro y
la de su dinastia.
Así como en 1977 las Cortes franquistas fueron volatilizadas por la
ley de reforma política de Adolfo Suárez, la nueva monarquía federal que
ahora se necesita para preservar la unidad de España debe prescindir, a
la mayor brevedad, de los viejos partidos que han venido sustentado el
sistema devenido en corrupto, inviable y sin salida y, por supuesto, de
los politicastros que nos han conducido a un desastre aún mayor que el
de 1898, incluidos sin excepción Felipe González, Aznar, Zapatero y
Rajoy por resultar los principales. El nuevo monarca debe alejarse lo
más posible de los cuatro al estar desahuciados por la sociedad española
en su conjunto. Lo nuevo no debe ser viejo, como encerraba el mensaje
implícito de la portada no nata de la revista satírica catalana 'El
Jueves'.
Regeneración y nueva Constitución, porque la del 78 se ha utilizado
finalmente contra los españoles en favor de unos pocos, deben ser los
ejes para asentar la nueva monarquía federal, que ha de pivotar sobre
una Justicia renovada muy a fondo, tras no haber hecho bien su trabajo
durante todos estos años, para poder poner frente a esa otra judicatura
más independiente a los 5.000 miembros responsables directos del
hundimiento de España y la ruina de su clase media, y sacudirse así de
lo peor de la actual clase política para que sus 'saurios' no arrastren
al nuevo monarca en su inevitable derrota.
No debe olvidar nunca Felipe VI que la Dictadura engendra Monarquía
pero que ésta debe engendrar Democracia, con riesgo de advenimiento
republicano sino se profundiza en ella. Así de simple y de complejo es
el proceso que se nos presenta.
(*) Periodista y profesor
(*) Periodista y profesor