lunes, agosto 15, 2022

Los espeluznantes resultados del experimento Milgram / Pedro Pablo Valero *


Adolf Eichmann fue juzgado y sentenciado a muerte en 1961 en Jerusalén por sus crímenes contra la Humanidad. Era responsable de logística en el transporte de judíos a campos de concentración y, por tanto, participó en el Holocausto. Su defensa se basó en la obediencia debida. Cumplía órdenes. El psicólogo de la Universidad de Yale Stanley Milgram, famoso por haber participado en la también polémica “Teoría de los 6 grados de separación”, se preguntó si tales argumentos de la defensa eran posibles o veraces. 

Para ello elaboró diversos estudios. El más conocido y valioso consistió en que, mediante anuncios en prensa, solicitó voluntarios para un ensayo relativo al “estudio de la memoria y el aprendizaje”, por lo que pagaba 4 dólares (unos 30 actuales) más dietas. A los concurrentes se les ocultó que en realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia. Se trataba de personas de entre 20 y 50 años de edad y de todo tipo de educación.

El experimento requiere de tres personas: El experimentador (el investigador de la universidad), el “maestro” (el voluntario que leyó el anuncio en el periódico) y el “alumno” (un cómplice del experimentador que se hace pasar por otro participante en el experimento). El experimentador le explica al participante que tiene que hacer de maestro, y tiene que castigar con descargas eléctricas al alumno cada vez que falle una pregunta. 

 Separado por un módulo de vidrio del “maestro”, el “alumno” se sienta en una especie de silla eléctrica y se le ata. Se le colocan electrodos en su cuerpo y se señala que las descargas pueden llegar a ser extremadamente dolorosas pero que no provocarán daños irreversibles.

Arranca la prueba propinando, tanto al “maestro” como al “alumno”, una descarga real de 45 voltios a fin de que el “maestro” compruebe el dolor del castigo y la sensación desagradable que recibirá su “alumno”. Seguidamente, el investigador, sentado en el mismo módulo en el que se encuentra el “maestro”, proporciona unos cuestionarios que debe responder correctamente el “alumno”. 

Si la respuesta es errónea, el “alumno” recibirá del “maestro” una primera descarga de 15 voltios que irá aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes siendo el máximo 450 voltios. Si es correcta, se pasará a la pregunta siguiente. El “maestro” cree que está dando descargas al “alumno” cuando en realidad todo es una simulación: el “alumno” finge sentir dolor. 

Así, a medida que el nivel de descarga aumenta, el “alumno” comienza a golpear en el vidrio que lo separa del “maestro” y se queja de su condición de enfermo del corazón, luego aullará de dolor, pedirá el fin del experimento, y finalmente, al alcanzarse los 270 voltios, gritará de agonía. Si el nivel de supuesto dolor alcanza los 300 voltios, el “alumno” dejará de responder a las preguntas y fingirá estertores previos al coma.

Por lo general, cuando los “maestros” alcanzaban los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus “alumnos” y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los “maestros” se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. 

Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor procedentes de su “alumno”. Si el “maestro” expresaba al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba imperativamente que siguiera, aunque si el “maestro” se negaba radicalmente a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

Antes de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram estimó cuáles podían ser los resultados y consideraron que el promedio de descarga se situaría en 130 voltios con una obediencia al investigador cercana al 0% a partir de ese umbral. Todos ellos creyeron unánimemente que tan solo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. 
 
 Sin embargo, resumiendo mucho (pues el experimento da para muchas conclusiones), se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como “maestros” en el experimento administraron el voltaje máximo de 450 voltios a sus “alumnos”, aunque a muchos el hacerlo les colocase en una situación absolutamente incómoda. 
 
Ningún participante de ese porcentaje paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida y ninguno se negó a administrar las descargas eléctricas finales ni solicitaron que terminara el experimento ni acudieron al otro cuarto a revisar el estado de salud de la víctima… sin antes solicitar permiso para ello.
 
En 1999, Thomas Blass, profesor de la universidad de Maryland, publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66% sin importar el año de realización ni la localización de los estudios. 
 
Una de las conclusiones de esto es muy dura, pero a la vez muy obvia: una mayoría de seres humanos obedece a otro que considera superior antes que plantearse lo que está haciendo ni el por qué lo está haciendo, renunciando incluso a principios éticos y morales y colocando la obediencia al superior por encima de la piedad hacia otro ser humano. 
 
Pero, ¿realmente explica la excusa utilizada por los alemanes que apoyaron a Hitler? Me abstengo de responder a esa pregunta, pero desde luego las conclusiones de este experimento nos ayudan a entender muchos hechos históricos donde millones han seguido ciegamente a criminales… y también muchos hechos presentes.  

Sólo un pequeño porcentaje de la población puede sustraerse a esa obediencia hacia el que es percibido como “la autoridad”, quizás por eso a un dirigente político muchos le perdonan que mienta, algo que quizás no admitirían a un amigo o a una pareja. Las autoridades (políticas y económicas) apelan a sentidos muy arraigados en el ser humano como el imaginarnos siempre un futuro mejor y a esa fe -que tienen tantos- en que el que manda está en ese puesto porque sabe más que nosotros. 
 
Eso hace que se obedezca sin objeción, incluso cuando vemos que la situación, bajo su mandato, está claramente empeorando. Prefiero no poner ejemplos concretos (alguno podría pensar en Putin y el pueblo ruso, otros en Powell/Lagarde y la “inflación transitoria”; los más, seguramente, piensen más en personajes de la política nacional...), esto da para muchas conclusiones y muchas interpretaciones, que dejo a la reflexión del lector.
 
(*) Columnista
 
 

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