Cuando oigo hablar últimamente
de “fake news” o noticias falsas se me encienden todas las
alarmas como periodista y amante de la libertad de expresión, por la
que tanto luchó mi generación en España.
Curiosamente,
la preocupación por las noticias supuestamente falsas no procede de
la gente, que puede contrastar fuentes de información por Internet y
sacar sus propias conclusiones, sino de la élite de poder que teme
perder su monopolio de “la verdad” difundido a través de los
medios informativos de su propiedad, que expresan un pensamiento
único con distintos matices.
En
realidad, ellos estarían encantados con una dictadura del
pensamiento, sin voces disidentes, pero, como no pueden hacerlo,
argumentan supuestos principios éticos. La libertad de expresión
les importa un rábano. Lo que realmente les importa es que la gente
se entere cada vez más de sus corruptelas y mamandurrias.
La
información es poder, y los poderosos siempre se han guardado una
parte para utilizarla en su propio beneficio, aunque vaya en contra
de los intereses de la mayoría de la población, del llamado bien
común. La bondad se le puede presuponer a una persona, pero en el
poder sólo existen intereses bastardos.
Pero
los tiempos están cambiando para bien, y cada día sale más verdad
liberadora, por mucho que intenten poner puertas al campo. Ya
intentaron colar el tema en el Parlamento Europeo, pero no tuvieron
éxito, porque la censura de noticias va en contra de los principios
liberales con los que se fundó la UE. Ahora están intentando
provocar la tercera guerra mundial en Siria para acabar con todos
nosotros. Ellos lo llaman con un eufemismo: “reducción de
población”.
El
famoso multimillonario estadounidense de origen húngaro George
Soros, el mismo que financia la independencia de Cataluña, está
pagando una campaña publicitaria internacional en contra de la
libertad de expresión, alegando que es una amenaza para la
democracia, cuando la única amenaza es él mismo y sus amigos.
Partamos
de la base de que en el mundo hay tres grandes titiriteros que
dirigen los gobiernos. El primero es la banca Rostchild, que puso a
Macron en Francia, el segundo es la casa real de Arabia Saudita, que
es el mayor traficante sexual del mundo, y el tercero es George
Soros, con su Fundación “Open Society”.
“Dadme el control del
dinero de un país y no me importará quién gobierne” dijo un
Rostchild. En España los tres titiriteros son los Jesuitas, el Opus
Dei y los Masones.
Aquí
en España se ha creado una comisión secreta para estudiar el tema
de las supuestas noticias falsas, presidida por la señora que cobra
más sueldos en el PP, María Dolores de Cospedal. Para dar ejemplo
de “transparencia informativa” ha prohibido que se levante acta
de sus reuniones. A saber las vergüenzas que dirán cuando quieren
ocultarlo.
Claro
que existen noticias falsas, y un ejemplo de ello es TVE, según sus
propios profesionales, que trabajan con griteríos y amenazas en su
Redacción. Pero el tema no funciona como se dice. Nadie va a
convencer a nadie de que los burros vuelan, de que la nieve es negra
o de que la tierra es plana, pero se manipulan las noticias sesgando
la información: destacando lo que interesa y ocultando lo que no
interesa.
Es decir, que te meten la bacalá suavemente, sin que te
des cuenta, con vaselina mentolada.
De
todos modos ya existe el pensamiento único, excepto en Internet,
porque todos los periódicos y televisiones nos cuentan versiones
similares de la actualidad, ya que todos ellos dependen de las mismas
agencias de noticias controladas por la élite manipuladora. Ejemplo
de ello fue el supuesto ataque de armas químicas en Siria. Nadie lo
cuestionó, nadie lo investigó, nadie lo reflexionó. Simplemente se
lanzaron los misiles y ya está. ¿Como podemos ser tan manipulables
y estúpidos?
La
anomalía social más extraña que veo ahora es que aunque en la
historia de la Humanidad cada generación ha cuestionado los
paradigmas de sus padres, y ello explica el progreso de la sociedad,
pero la nueva generación no cuestiona nada, y además tiene
tendencias políticas regresivas o involucionistas. Es decir, que no
valora tanto la libertad, porque no ha tenido que luchar por ella.
(*) Periodista independiente