domingo, abril 30, 2023

Higinio Marín, filósofo: "En la Agenda 2030 la familia y la religión aparecen como aspectos conflictivos"

 


MADRID.- Salvar al planeta y a la Humanidad trayendo así más “prosperidad”. Este es el supuesto objetivo de la Agenda 2030, en sus 17 puntos y 167 metas, que está imponiendo en todo el mundo una nueva “ética global”. Pero lo que en realidad esconde, tal y como denuncian cada vez más críticos, es un intento claro de cambio de civilización. El filósofo murciano Higinio Marín analiza las consecuencias no deseadas de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de la ONU.

Detrás de muchos objetivos que serían asumibles e incluso de obligado cumplimiento para los cristianos como la lucha contra la pobreza o el cuidado de la naturaleza, la Agenda 2030 impone otros preceptos inasumibles como el aborto o la ideología de género, mientras pone en entredicho a la familia y la religión.  

Higinio Marín, filósofo y profesor de Antropología Filosófica en la Universidad CEU Cardenal Herrera, alerta de que el férreo empeño de la ONU y otros agentes en imponerla es una clara “voluntad de transformar el orden social y las convicciones”.  

¿Cuáles son las patas en la que se sustenta la Agenda 2030?

Naciones Unidas y sus estados integrantes. Se suele pasar por alto que pertenece a una institución globalista, pero que implementa sus políticas mediante los estados. Esto da al conjunto de la Agenda 2030 un carácter marcadamente estatalista donde la familia es considerada un entorno de discriminación y desigualdad.

¿Qué peligros esconde?

Está más en lo implícito de lo que se dice que en lo explícito. Hay puntos que son acordes a la perspectiva cristiana. Pero en la Agenda 2030 la familia y la religión aparecen como aspectos conflictivos. Son presentados como agentes de discriminación. Luego hay cuestiones evidentemente inasumibles desde la doctrina católica como la llamada salud sexual y reproductiva. Asumir la Agenda 2030 con carácter general y luciendo su logo es prestarse a la confusión y al equívoco.

¿Qué aspectos considera más graves?

Se entienden los derechos sexuales como algo que el Estado debe garantizar y va contra los que piensen de manera discrepante, como los padres o las entidades religiosas. Se promueve el aborto y el uso masivo de anticonceptivos. Hay otro aspecto muy grave: la llamada igualdad de géneros. Asume la terminología de la ideología de género, con todos los caracteres de la corrección política contemporánea: laicista y estatalista. 

¿Se trata entonces de una nueva religión, con su simbolismo y sus “mandamientos”?

Efectivamente, hay una aspiración de configurar una ética global, un  “sentido común”  global. El sentido común es el campo que cada tradición ha ido perfilando de lo que tiene sentido decir o no decir, sentir o no sentir. En la Agenda 2030 hay una aspiración a un globalismo ético que conforme un nuevo momento civilizatorio.

¿Cree que pretende también acabar con lo que queda de la civilización judeocristiana?

Hay una intención de establecer un nuevo orden mundial que deje fuera a muchas instituciones, en particular a las que tienen un cuño cristiano. Y ese neutralismo globalista surge como una reacción hostil a la raigambre cristiana de nuestra tradición, que se ha puesto de manifiesto en casi todos los niveles de las instituciones globales. La religión y la familia les plantean problemas, no soluciones. 

Por ejemplo, tener hijos, la responsabilidad esponsal o la generosidad en el matrimonio no forman parte de este nuevo sentido común. Al igual que el hecho de que la educación pertenezca a los padres. Quien afirme hoy que los hijos pertenecen a los padres está al borde del delirio y pronto del delito. 

Estas élites globalistas siempre hablan de neutralidad y tolerancia…

Pero es una neutralidad hostil contra los no neutrales. Se impone un modo de vivir que es el del Estado, que genera un relativismo que convierte la tolerancia en el valor moral por excelencia. A mí me parece que hay que ser intolerante con las cosas malas, pero ellos aplican esta intolerancia -contra los que piensan que la tolerancia no es el principal valor. Son liberticidas y generan relativismo. Creen que se puede y se debe elegir todo: se puede elegir tostadora, al mismo nivel que elegir el sexo.  Yo no necesito poder elegir mi sexo para ser libre. Esto distorsiona la realidad humana porque elimina la dimensión personal de la libertad.

¿Estamos adormecidos los católicos?

No podemos tener un punto de vista domesticado. Necesitamos formarnos o, en su defecto, informarnos bien. Es urgente que aumentemos el nivel de formación e información para que podamos vivir una verdadera vida cristiana. Lo que ocurre es que de manera involuntaria nos mimetizamos en asuntos que son poco coherentes e incongruentes…

Pero la Agenda 2030 está siendo acogida también en el seno de la Iglesia…

Las instituciones cristianas que asumen la Agenda 2030 aducen que es para no quedarse fuera del foro público o no auto marginarse. Quieren concurrir en términos de igualdad. Puede que lo hagan para que ese estatalismo y ese neutralismo generador de relativismo moral no les plantee problemas. Pero eso es, cuando menos, una necedad. 

¿Y esto por qué ocurre?

Quizás porque no somos cor unum, un mismo corazón. Es parte de la dificultad de nuestro tiempo. Por eso uno tiene que discriminar incluso entre los propios: atenerse a una cierta opinión bien formada y saber discriminar qué fuentes de información y formación toma como fiables. No todas lo son.

¿Hacia dónde cree que nos dirigimos?

A lo que tenemos a la vista, pero intensificado en un plazo breve. Nuestras sociedades se están polarizando de una manera irreconducible. Hay dos versiones de Occidente cada vez más antagónicas que nos conducen a un umbral de ruptura. Estamos llegando al punto de que las distintas visiones del mundo tenemos tan poco en común que apenas podemos hablar lenguajes comunes. Cualquier intérprete de la cultura contemporánea ve ahí un problema de consistencia estructural y que potencialmente puede suponer la ruina.

¿Ve algo de esperanza?

Si uno levanta un poco la mirada puede ver también que estamos viviendo una renovación. Hay un resurgimiento de familias cristianas, se puede ver en algunos lugares de Francia y de España. En todo lo demás podemos estar peor, pero ahí noto un reverdecer, una red con la que los sujetos son capaces de mantenerse en una vida de fe en un entorno contrario y hostil. Soy más optimista con respecto al cristianismo que con la cultura occidental. 

¿Quiere decir que esta fuerte hostilidad está también sacando a flote lo mejor de los cristianos?

Es lo que está ocurriendo. La imagen de un matrimonio con tres o más hijos ofrece una visión alegre y amable de la vida. Ahí está el resurgir. El matrimonio cristiano de personas jóvenes que viven con generosidad es la forma contemporánea más directamente visible de la alegría de la vida cristiana. La alegría es el certificador social de que alguien posee un bien. Y esos padres que van por la calle con más hijos de los que el sentido común moderno dicta tienen un inmenso poder transformador. 

Por último, ¿qué otras cosas podemos hacer los cristianos para contribuir a la auténtica prosperidad?

Tenemos que aprender a asociarnos, a crear círculos culturales y medios de comunicación con la idea de ofrecer información, visiones críticas, formación y espacios de socialización. Los cristianos españoles hemos dado poca importancia a la cultura y eso es un abandono de la tradición cristiana; es de una torpeza necia. Que los padres crean que la fe es un asunto de práctica y culto, que lo es, pero que no requiere formación e información hoy día es una gran irresponsabilidad. 

 

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martes, abril 25, 2023

Dragó, Morin y la prudencia periodística / Francisco Poveda *

La prudencia periodística debe acompañar a todo profesional en determinadas circunstancias y una de ellas implica no tratar de abordar cualquier género del oficio de cualquier manera. Confieso dos casos en mi trayectoria, desde marzo de 1970 hasta 2018, donde no me atreví a entrevistar por puro pudor intelectual y sentido de mis límites en el Conocimiento en cada uno de esos precisos momentos. 


Uno a Fernando Sánchez Dragó, residente en Alicante hasta los quince años por madre prematuramente viuda nacida aquí, y después en la playa de San Juan, donde me descubrió la religión hedonista de los parsi además de razonarme muy convencido que las guerras civiles las arman siempre la chusma de los dos bandos. (Su padre, periodista en el Madrid republicano de retaguardia, fue fusilado con 25 años en 1936 poco antes de nacer él). La lectura de su obra me aconsejó siempre esa prudencia al advertir tan inabordable su vasto y multidisciplinar saber.


El otro caso es Edgar Morin, aún vivo con 101 años, exponente máximo del pensamiento complejo y principal filósofo de Francia y Europa. Le conocí personalmente en la embajada de España en París en mayo de 2010 con ocasión del homenaje de la intelectualidad gala y de la cualificada colonia profesional española al profesor valenciano de La Soborna, Pepín Vidal-Beneyto, fallecido para entonces. Haber leído algunos de sus libros, y ya con Morin delante, me vino la inspiración cautelar reflexiva ante tamaño gigante intelectual en presencia, por su sabiduría desbordada más que nada.


No fue así con el maestro de mi hermano y profesor mío porque a Vidal-Beneyto lo conocía tanto que sí me atreví con él cuando en 1993 lo entrevisté para el diario "El Mundo" como asesor de la UNESCO y del político socialista francés Jacques Attalí, en el BERD (Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo). 


Años después pude escrutar personalmente su despacho-biblioteca de la rue Jean Ferrandi del distrito 14 parisino, en el barrio de Montparnasse, hasta proponerle a su viuda, profesora y socióloga bretona, Cécile Rougier, abordar juntos una aproximación biográfica de su también maestro.


Nunca pensé que luego su joven biógrafa española no coetánea, Irene Liberia, nos citase de manera destacada a mi hermano Miguel y a mí en el libro "José Vidal-Beneyto. Sociología crítica y resistencia democrática. Una vida a contraviento", editado en 2019 por la institución Alfonso el Magnánimo y el Centro Valenciano de Estudios de Investigación (1 y 2) a partir de su tesis doctoral.


Pero también ha habido entrevistas no natas por exceso de confianza en el tiempo de la vida de las personas. Es el caso del periodista español afincado en París, Alberto Oliveras, culpable inconsciente de mi vocación profesional desde los años 60 en Radio Madrid y al que fui dejando un año tras otro al contrario que hice con otros tres de los periodistas que más me influyeron en esa vocación: Emilio Romero, Juan Luis Cebrián e Ignacio Ramonet.


Al primero, voz oficiosa del régimen de Franco al frente de "Pueblo" lo visité varias veces en su apartamento y le entrevisté tres en el "Club Internacional" de Benidorm. Al segundo, pocos meses antes de fundar y dirigir "El País", en su chalé de Águilas, donde me recomendó no permanecer más de cinco años en un mismo medio de comunicación. Y al tercero, a mi juicio mejor periodista español contemporáneo del siglo XX y exponente mediático del pensamiento crítico, dos veces (1997 y 2002), siendo director de "Le Monde Diplomatique" y profesor en La Soborna tras graduarse en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales e integrar primero la redacción de "Liberation".


No quiero olvidar mis entrevistas personalmente inolvidables a compañeros de los que aprendí algunos secretos del oficio, caso de Jesús Ceberio y Alberto Vázquez Figueroa, ambas en 2001, porque el primero era director de "El País" en el mejor momento del periódico tras la invasión de Iraq, y el segundo acababa de publicar "El agua prometida", mi preferida de entre sus novelas. Aunque no más que "Chacal", escrita por el periodista inglés Frederick Forsyth, al que entrevisté en 1973.


Y he de confesar, por contra, mis vanos intentos de entrevistar a varios personajes como Juan Domingo Perón en 1972 aprovechando que me atropelló en un semáforo de la ciudad universitaria madrileña y me invitó a pasar, luego de acudir al Clínico, por su quinta próxima en la Dehesa de la Villa para informarle de mi estado. No me dejó ver ni la momia de Evita allí guardada a buen recaudo para evitar profanaciones.


No pude convencer tampoco al embajador de Portugal en España, Carlos Simoes, tras invitarme su distinguida esposa a almorzar en 1991 en su residencia privada de la sede diplomática tras un magnífico curso sobre su país en la UIMP. Algo parecido a lo que me sucedió en 2010 con el cardenal Renato Raffaele Martino, ex observador vaticano en la ONU durante muchos años, quien tras recibirme en su palacio extramuros del Trastevere romano, me compensó con una Inmaculada pintada por su madre de origen andaluz. Y lo mismo con el presidente de Costa Rica en 1983, el social-cristiano Luis Alberto Monge, tras invitarme a cenar en su residencia privada en San José y ser más que sincero.


Frente a lo inmediatamente anterior si conseguí cuatro scoop en 1974, 1975, 1978 y 1997. Marcelino Camacho nada más salir de la cárcel me concedió su primera entrevista en su casa de Carabanchel gracias a las impagables gestiones de mi hermano con los comunistas de la Facultad de Políticas de la Complutense; con el presidente Adolfo Suárez, también la primera tras ocupar La Moncloa este político reformista de origen católico, un 17 de mayo tras un Consejo de Ministros. Y la única concedida en su vida por el banquero Alfonso Escámez, gracias a una intercesión familiar que le hizo invitarme a almorzar en "Jockey", tras enseñarme cerca de su despacho el piano donde componía el granadino Manuel de Falla, y presentarme a los postres a Ruíz-Gallardón y a Fernández Tapias.


Pero la primera de esa serie se la pude hacer a Henry Ford II en el hotel "Ritz", de Madrid, cuando vino a inaugurar las obras de su factoría en Almusafes. Contra el criterio de su equipo de prensa en España, no sólo me concedió la exclusiva sino que me invitó a cenar solos en el restaurante "para practicar español".


Ahora recuerdo con especial interés lo que me dijo sobre la emigración hacia nuestro continente el vicepresidente de la Comisión Europea, Manuel Marín, en 1998; lo que me adelantó sobre el proceso de globalización, Ricardo Díez Hochleitner, presidente del Club de Roma, también en 1998; un año antes, Federico Mayor Zaragoza, director general de la UNESCO, sobre las cosas que no se hacen esperando siempre; sobre la miseria del salario fijo Eduardo Punset, asesor del FMI, en 1998; Domingo Jiménez Beltrán, director general de la Agencia Europea del Medio Ambiente; o Susan George, directora del Transnational Institute, y Sami Naïr, destacado profesor universitario en París de origen magrebí.


Sin salir de España, excepto cuando entrevisté para "Diario-16" en 1987 a sir Josua Hassan, primer ministro de Gibraltar, tras una cena en su casa con una joven nueva esposa para lo que estableció una imprevista ley del divorcio; también conseguí declaraciones de los catedráticos eminentes por destacados, José María Jover Zamora (nuestro mejor historiador en Moderna y Contemporánea); Francisco Jarauta, habitual profesor visitante de Arte y Filosofía en diversas universidades alemanas; y el actor Francisco Rabal en 1997 en "La Economía", cuyas cintas grabadas contienen partes inéditas, a petición suya, no publicadas hasta la fecha pese al fallecimiento de su esposa, Asunción Balaguer.  


Para concluir, no quiero obviar las que sí pude hacer en su día a Pilar Franco y Pilar Primo de Rivera (a la que casualmente asistí en un accidente de tráfico en Madrid), hermanas del dictador y del mártir falangista respectivamente; o Manolita y Carmen Félez Peral, nietas del inventor del submarino, Isaac Peral, en su casa del Paseo de San Juan, en Barcelona 1998.


Con algunos de estos entrevistados he mantenido relación posterior, regular en algunos casos, y hasta de amistad. Y eso me procuró a mediados de los años 80 el encargo por la multinacional "News Corporation", de Rupert Murdoch, de su anteproyecto periodístico para España, luego boicoteado por intereses nacionalistas de editores privilegiados.


Pero de entrevistador pasé a entrevistado por el rey Juan Carlos I el 25 de mayo de 1999 cuando me apartó en los jardines de la Capitanía General de Cartagena, donde yo estaba invitado por el almirante-jefe de la Zona Marítima del Mediterráneo, Adolfo Baturone, y aprovechó para hacerme un examen en profundidad y contrastar la información que el monarca poseía al respecto de lo que hablábamos.


Cuatro meses después coincidí con el almirante en la recepción del 12 de octubre en el Palacio de Oriente, invitado por la jefa de Prensa de la Casa Real, Asunción Valdés, y al abandonar juntos y los últimos el acto, me impresionaron los honores de ordenanza presentados a Baturone por la Guardia Real de gala conforme bajábamos ambos por la escalinata de acceso al Salón del Trono. Aunque he jurado bandera estuve exento de cumplir el Servicio Militar.


Un año después, el almirante Baturone (el mejor militar de alta graduación de los que he tratado), me concedió en su despacho oficial una entrevista sobre el arma submarina y las comunicaciones de la Armada española. Al interesarme sobre si había pedido permiso a Defensa para hacerme esas declaraciones, me contestó: "No pido permiso porque sé muy bien lo que tengo que decir". 



(*) Periodista y profesor



(1) https://www.alfonselmagnanim.net/es/libro/jose-vidal-beneyto_114941/
(2) https://revistas.um.es/sh/article/view/519171/326351