La relación entre el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, y el que será su vicepresidente en la recta final de su mandato, Luis de Guindos, no
va a ser fácil. El italiano habló con el ministro muy amablemente en
privado cuando éste fue nombrado por el Eurogrupo, pero se cuida muy
mucho de elogiarlo en público.
De hecho, ayer se produjo
la primera fricción. El italiano no hizo la más mínima mención a la
cualificación de Guindos para ser vicepresidente del BCE y, al
contrario, dejó claro implícitamente que no le parece bien que un
ministro del Eurogrupo desembarque en su institución por aquello de que
debe ser independiente del poder político.
Aprovechó una pregunta de la socialista francesa Pervenche Berès en
la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo
sobre el aterrizaje del español en Fráncfort para proclamar que "la
independencia del BCE está asegurada en el tratado y que será protegida
por el tratado más allá de cualquier perfil personal". En vez de decir
que conoce a Guindos y que está seguro de que defenderá la independencia
del banco, soltó ese argumento defensivo.
Su frialdad
coincide con la actitud del Gobierno italiano, que fue el último en dar
su visto bueno al nombramiento del español. Es un reflejo del malestar
que existe en la cúpula del BCE con la candidatura de Guindos, como ya
publicó este diario durante la reunión de Davos el pasado enero.
En
la
trastienda está que Draghi maneja el comité ejecutivo del BCE a su
antojo ante la falta de vocales con personalidad. Ni el actual
vicepresidente, el portugués Vitor Constancio, ni miembros como el belga
Peter Praet o el francés Benoît Coeuré tosen al italiano. Guindos, de
fuerte personalidad, sí puede replicar a Draghi en el último año de
mandato de éste.
El
ministro español ya apuntó durante su discurso ante la misma instancia
parlamentaria que lo que él podía aportar al BCE es "visión de
conjunto", como si Draghi y el resto de tecnócratas del comité ejecutivo
carecieran de ella. Guindos argumentó que la política monetaria del BCE
"no es todopoderosa" y remarcó que no habría tenido éxito si los
ministros del Eurogrupo no hubieran diseñado la Unión Económica y
Monetaria.
El español también se revolvió cuando el eurodiputado Ernest Urtasun
le sacó el tema de la independencia del BCE. Dijo que defenderla no
estaba reservada a Draghi y compañía, sino a todos los europeístas que
creen en ella, ya sean eurodiputados o ministros.
Una de las grandes
paradojas del nombramiento de Guindos es que la izquierda española, con
tal de atacarlo, dice ahora que los políticos no deben ir al BCE, cuando
es lo que han defendido tradicionalmente como bien recuerdan estos días
los ex ministros socialistas José Borrell o Valeriano Gómez.
También
tiene su ironía para ex ministros del PP como Elvira Rodríguez que
Guindos defienda pasar del Gobierno a órganos reguladores cuando fue
reacio en el caso de ella en la CNMV.
Pero el problema de Guindos no es el Parlamento Europeo. Tampoco
la opinión del BCE que, aunque no será entusiasta, no le será negativa.
Además, no es vinculante. Lo importante es su función futura en
Fráncfort y su capacidad de adaptación. Draghi mostró ayer que no se lo
va a poner fácil.
(*) Periodista