«Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra. Que los hombres vuelvan al entendimiento. Que vuelvan a negociar. Que negocien con buena voluntad y con respeto a los derechos de cada uno, que se den cuenta de que un éxito honorable nunca está excluido cuando hay negociaciones sinceras y activas. Y se sentirán grandes -con verdadera grandeza- si imponiendo el silencio a las voces de la pasión, ya sea colectiva o privada, y dejando a la razón su propio dominio, evitan a sus hermanos el derramamiento de sangre y la ruina de su patria».
Así se dirigía el 24 de agosto de 1939 Pío XII a los gobernantes y a los pueblos ante la inminencia de la guerra. No eran palabras de pacifismo vacío, ni de silencio cómplice ante las múltiples violaciones de la justicia que se estaban llevando a cabo en muchos sectores. En aquel mensaje radiofónico, que algunos aún recuerdan haber escuchado, el llamamiento del Romano Pontífice invocaba el «respeto a los derechos de los demás» como requisito previo para unas negociaciones de paz fructíferas.
La narrativa de los medios de comunicación
Si observamos lo que está ocurriendo en Ucrania, sin dejarnos engañar por las burdas falsificaciones de los principales medios de comunicación, nos damos cuenta de que se ha ignorado por completo el respeto a los derechos de los demás; de hecho, tenemos la impresión de que la administración Biden, la OTAN y la Unión Europea quieren mantener deliberadamente una situación de evidente desequilibrio, precisamente para hacer imposible cualquier intento de resolución pacífica de la crisis ucraniana, provocando a la Federación Rusa para que desencadene un conflicto. Aquí radica la gravedad del problema. Esta es la trampa tendida tanto a Rusia como a Ucrania, utilizando a ambas para que la élite globalista pueda llevar a cabo su plan criminal.
No debería sorprendernos que el pluralismo y la libertad de expresión, tan alabados en los países que se proclaman democráticos, sean diariamente desautorizados por la censura y la intolerancia hacia las opiniones no alineadas con la narrativa oficial. Manipulaciones de este tipo se han convertido en la norma durante la llamada pandemia, en detrimento de médicos, científicos y periodistas disidentes, que han sido desacreditados y condenados al ostracismo por el mero hecho de atreverse a cuestionar la eficacia de las vacunas experimentales. Dos años después, la verdad sobre los efectos adversos y la desafortunada gestión de la emergencia sanitaria les ha dado la razón, pero la verdad se ignora obstinadamente porque no se corresponde con lo que el sistema quería, y sigue queriendo hoy.
Si los medios de comunicación mundiales han sido capaces, hasta ahora, de mentir descaradamente en un asunto de estricta relevancia científica, difundiendo mentiras y ocultando la realidad, deberíamos preguntarnos por qué, en la situación actual, deberían recuperar repentinamente esa honestidad intelectual y respeto al código deontológico tan ampliamente negado con el COVID.
Pero si este fraude colosal ha sido apoyado y difundido por los medios de comunicación, hay que reconocer que las instituciones sanitarias nacionales e internacionales, los gobiernos, los magistrados, las fuerzas del orden y la propia jerarquía católica comparten la responsabilidad del desastre -cada uno en su ámbito al apoyar activamente, o no oponerse, a la narración-; un desastre que ha afectado a miles de millones de personas en su salud, sus bienes, el ejercicio de sus derechos individuales e incluso su propia vida.
Incluso en este caso, es difícil imaginar que quienes han sido culpables de tales crímenes en apoyo de una pandemia intencionada y maliciosamente amplificada puedan de repente recuperar su dignidad y mostrar solicitud por sus ciudadanos y su patria cuando una guerra amenaza su seguridad y su economía.
Estas, por supuesto, pueden ser las prudentes reflexiones de quienes quieren permanecer neutrales y mirar con desapego y casi desinterés lo que ocurre a su alrededor. Pero si profundizamos en el conocimiento de los hechos y los documentamos, apoyándonos en fuentes autorizadas y objetivas, descubrimos que las dudas y perplejidades se convierten pronto en inquietantes certezas.
Incluso limitando nuestra investigación al aspecto económico, nos damos cuenta de que las agencias de noticias, la política y las propias instituciones públicas dependen de un pequeño número de grupos financieros pertenecientes a una oligarquía que está unida, de manera significativa, no solo por el dinero y el poder, sino también por la filiación ideológica que guía su acción e injerencia en la política de las naciones y el mundo entero.
Esta oligarquía muestra sus tentáculos en la ONU, la OTAN, el Foro Económico Mundial, la Unión Europea y en instituciones «filantrópicas» como la Open Society de George Soros y la Fundación Bill y Melinda Gates.
Todas estas entidades son privadas y no responden a nadie más que a ellas mismas y, al mismo tiempo, tienen el poder de influir en los gobiernos nacionales, incluso a través de sus propios representantes, que se hacen elegir o nombrar en puestos clave. Ellos mismos lo admiten cuando son recibidos con todos los honores por los jefes de Estado y los líderes mundiales, respetados y temidos por estos como los verdaderos dueños del destino del mundo.
Así, los que ostentan el poder en nombre del «pueblo» se encuentran pisoteando la voluntad del pueblo y restringiendo sus derechos a fin de ser los obedientes cortesanos de unos amos a los que nadie ha elegido pero que, sin embargo, dictan su agenda política y económica a las naciones.
Llegamos entonces a la crisis de Ucrania, que nos presentan como una consecuencia de la arrogancia expansionista de Vladimir Putin hacia una nación independiente y democrática sobre la que intenta reclamar derechos absurdos. Se dice que el «belicista Putin» está masacrando a la población indefensa que se ha levantado valientemente para defender el suelo de su patria, las sagradas fronteras de su nación y las libertades violadas de los ciudadanos. La Unión Europea y Estados Unidos, «defensores de la democracia», se dicen incapaces de no intervenir por medio de la OTAN para restaurar la autonomía de Ucrania, expulsar al «invasor» y garantizar la paz.
Ante la «arrogancia del tirano», se dice que los pueblos del mundo deberían formar un frente común, imponiendo sanciones a la Federación Rusa y enviando soldados, armas y ayuda económica al «pobre» presidente Zelenskyy, «héroe nacional» y «defensor» de su pueblo. Como prueba de la «violencia» de Putin, los medios de comunicación difunden imágenes de bombardeos, registros militares y destrucción, atribuyendo la responsabilidad a Rusia. Y aún hay más: precisamente para garantizar una «paz duradera», la Unión Europea y la OTAN abren los brazos para acoger a Ucrania como miembro. Y para evitar la «propaganda soviética» Europa censura Russia Today y Sputnik para garantizar que la información sea «libre e independiente».
Esta
es la narrativa oficial, a la que todo el mundo se ajusta. Estando en
guerra, la disidencia se convierte inmediatamente en deserción, y los
que disienten son culpables de traición y merecedores de sanciones más o
menos graves, empezando por la execración pública y el ostracismo, bien
experimentado con el COVID contra los «no vacunados».
Pero la verdad, si se quiere conocer, nos permite ver las cosas de otra manera y juzgar los hechos por lo que son y no por cómo se nos presentan. Es un descubrimiento verdadero y propio, como indica la etimología de la palabra griega ἀλήθεια. O quizás, con una mirada escatológica, una revelación, un ἀποκάλυψις.
La expansión de la OTAN
En primer lugar, es necesario recordar los hechos, que no mienten ni son susceptibles de ser alterados. Y los hechos, por muy irritante que sea recordarlos para quienes tratan de censurarlos, nos dicen que, desde la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos ha extendido su esfera de influencia política y militar a casi todos los estados satélites de la antigua Unión Soviética, incluso recientemente, anexionando a la OTAN a Polonia, la República Checa y Hungría (1999); Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Eslovaquia, Bulgaria y Rumanía (2004); Albania y Croacia (2009); Montenegro (2017) y Macedonia del Norte (2020). La Organización del Tratado del Atlántico Norte está preparando su ampliación a Ucrania, Georgia, Bosnia y Herzegovina y Serbia.
En la práctica, la Federación Rusa está amenazada militarmente -con bases de armas y misiles- a pocos kilómetros de sus fronteras, mientras que no tiene ninguna base militar con una proximidad similar a Estados Unidos.
Considerar la posible expansión de la OTAN en Ucrania, sin pensar que despertará las legítimas protestas de Rusia, es poco menos que desconcertante, sobre todo teniendo en cuenta que en 1991 la OTAN se comprometió con el Kremlin a no expandirse más. No solo eso: a finales de 2021, Der Spiegel publicó los borradores de un tratado con Estados Unidos y un acuerdo con la OTAN sobre garantías de seguridad (aquí, aquí y aquí).
Moscú exigía a sus socios occidentales garantías legales que impidieran a la OTAN una mayor expansión hacia el este mediante la anexión de Ucrania a la alianza y, también, el establecimiento de bases militares en los países postsoviéticos. Las propuestas también contenían una cláusula sobre el no despliegue de armas ofensivas por parte de la OTAN cerca de las fronteras de Rusia y sobre la retirada de las fuerzas de la OTAN en Europa del Este a sus posiciones de 1997.
Como vemos, la OTAN ha incumplido sus compromisos con Rusia, o al menos ha forzado la situación en un momento muy delicado para los equilibrios geopolíticos. Deberíamos preguntarnos por qué Estados Unidos -o más bien el deep state estadounidense que recuperó el poder tras el fraude electoral que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca- quiere crear tensiones con Rusia e implicar a sus socios europeos en el conflicto, con todas las consecuencias que podemos imaginar.
Como ha observado lúcidamente el general Marco Bertolini, antiguo comandante del Mando Operativo Conjunto de la Cumbre: «Estados Unidos no se limitó a ganar la Guerra Fría, sino que también quiso humillar [a Rusia] llevándose todo lo que en cierto sentido entraba en su área de influencia. [Putin] soportó que los países bálticos, Polonia, Rumanía y Bulgaria [entraran en la OTAN]. Ante la entrada de Ucrania [en la OTAN], que le habría quitado toda posibilidad de acceso al Mar Negro, reaccionó» (aquí).
Y añade: «Hay un problema de estabilidad del régimen, ha surgido una situación con un primer ministro bastante improbable [Zelenskyy], que viene del mundo del espectáculo». El general no deja de recordar, en el caso de un ataque de Estados Unidos a Rusia, que «los Global Hawks que sobrevuelan Ucrania parten de Sigonella [Italia]; Italia es, en gran parte, una base militar estadounidense. El riesgo está ahí, es presente y real» (aquí).
Intereses derivados del bloqueo del suministro de gas ruso
Habría que preguntarse también si, detrás de la desestabilización del delicado equilibrio entre la Unión Europea y Rusia, hay también intereses económicos, derivados de la necesidad de los países de la UE de obtener gas licuado estadounidense (para el que también se necesitan las plantas de regasificación de las que se ven privadas muchas naciones, y por las que en cualquier caso habrá que pagar mucho más) en lugar del gas ruso (que es más ecológico).
La decisión de la empresa italiana de petróleo y gas ENI de suspender las inversiones en el gasoducto Blue Stream de Gazprom (de Rusia a Turquía) supone también la privación de una fuente adicional de suministro, ya que alimenta el gasoducto transatlántico (de Turquía a Italia).
Por lo tanto, no parece una coincidencia que, en agosto de 2021, Zelenskyy declarara que consideraba el gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania como «un arma peligrosa, no solo para Ucrania sino para toda Europa» (aquí): al pasar por encima de Ucrania, priva a Kiev de unos mil millones de euros al año en ingresos por tarifas de tránsito.
«Vemos este proyecto exclusivamente a través del prisma de la seguridad y lo consideramos un arma geopolítica peligrosa del Kremlin», dijo el presidente ucraniano, coincidiendo con la administración Biden. La subsecretaria de Estado estadounidense, Victoria Nuland, declaró: «Si Rusia invade Ucrania, Nord Stream 2 no seguirá adelante». Y así ha ocurrido, no sin graves perjuicios económicos para las inversiones alemanas.
Los laboratorios virológicos del Pentágono en Ucrania
Siguiendo con el tema de los intereses estadounidenses en Ucrania, cabe mencionar los laboratorios virológicos situados en Ucrania que están bajo el control del Pentágono y en los que, al parecer, solo trabajan especialistas estadounidenses con inmunidad diplomática directamente bajo el Ministerio de Defensa estadounidense.
Hay que recordar también la denuncia de Putin sobre la recogida de datos genómicos sobre la población, que pueden ser utilizados para armas bacteriológicas con selección genética (aquí, aquí y aquí). La información sobre la actividad de los laboratorios en Ucrania es obviamente difícil de confirmar, pero es comprensible que la Federación Rusa considerara, no sin razón, que estos laboratorios podrían constituir una amenaza bacteriológica adicional para la seguridad de la población. La Embajada de Estados Unidos ha eliminado de su página web todos los archivos relacionados con el Programa de Reducción de la Amenaza Biológica (aquí).
Maurizio Blondet escribe: «El evento 201, que simulaba la explosión de la pandemia un año antes de que se produjera, contó con la participación (junto a los habituales Bill y Melinda) de la aparentemente inofensiva Universidad John Hopkins con su bendito Centro de Seguridad Sanitaria.
La institución humanitaria tuvo durante mucho tiempo un nombre menos inocente: se llamaba Center for Civilian Biodefence Strategies y no se ocupaba de la salud de los estadounidenses, sino de su contrario: la respuesta a los ataques militares de bioterrorismo.
Era prácticamente una organización cívico-militar. Cuando celebró su primera conferencia en febrero de 1999 en Crystal City, en Arlington [Virginia], donde se encuentra el Pentágono, reunió a 950 médicos, militares, funcionarios federales y responsables sanitarios para participar en un ejercicio de simulación.
El objetivo del simulacro fue contrarrestar un imaginario ataque de viruela «militarizado». Fue solo el primero de los ejercicios que florecerán en el Evento 201 y en la Impostura Pandémica (aquí)».
También emergen experimentos sobre los militares ucranianos (aquí) e intervenciones de la embajada americana sobre el fiscal ucraniano Lutsenko en 2016 para que no investigara «una ronda de fondos multimillonaria entre G. Soros y B. Obama» (aquí).
Una amenaza indirecta para las ambiciones expansionistas de China en Taiwán
La actual crisis ucraniana tiene consecuencias secundarias, pero no menos graves, en el equilibrio geopolítico entre China y Taiwán. Rusia y Ucrania son los únicos productores de paladio y neón, indispensables para la producción de microchips.
«La posible represalia de Moscú ha atraído más atención en los últimos días después de que el grupo de investigación de mercados Techcet publicara un informe en el que se destaca la dependencia de muchos fabricantes de semiconductores de materiales de origen ruso y ucraniano, como el neón, el paladio y otros.
Según las estimaciones de Techcet, más del 90% de los suministros estadounidenses de neón para semiconductores proceden de Ucrania, mientras que el 35% del paladio estadounidense proviene de Rusia. […] Según la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos, los precios del neón aumentaron un 600% antes de la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia en 2014, porque las empresas de chips dependían de algunas empresas ucranianas […]
Si es cierto que una invasión china de Formosa pondría en riesgo la cadena de suministro tecnológico mundial, también lo es que una repentina escasez de materias primas procedentes de Rusia podría detener la producción, lo que ocasionaría que la isla perdiera el ‘escudo de los microchips’ induciendo así a Pekín a intentar la anexión de Taipéi». (FUENTE)
El conflicto de intereses de Biden en Ucrania
Otro asunto que no solemos analizar en profundidad es el relacionado con Burisma, una empresa de petróleo y gas que opera en el mercado ucraniano desde 2002.
«[…] Durante la presidencia estadounidense de Barack Obama (de 2009 a 2017), su mano derecha con ‘poderes’ para manejar la política internacional fue Joe Biden; desde entonces, el líder demócrata estadounidense ofrece su ‘protección’ a los nacionalistas ucranianos, una línea que creó el irreconciliable desacuerdo entre Kiev y Moscú. […] Fue Joe Biden quien, en aquellos años, llevó a cabo la política de acercar a Ucrania a la OTAN. Quería quitarle poder político y económico a Rusia. […] En los últimos años, el nombre de Joe Biden también se asoció a un escándalo sobre Ucrania que incluso hizo tambalear su candidatura. […] En abril de 2014, Burisma Holdings, la mayor empresa energética de Ucrania (activa tanto en gas como en petróleo), contrató a Hunter Biden como consultor […] con un sueldo de 50.000 dólares al mes.
Todo transparente, salvo que durante esos meses Joe Biden continuó la política estadounidense destinada a recuperar la posesión por parte de Ucrania de las zonas del Donbass que ahora se han convertido en repúblicas reconocidas por Rusia. Se cree que la zona de Donetsk es rica en yacimientos de gas inexplorados, objeto de los intereses de Burisma Holdings. Una política internacional entrelazada con la económica que hizo que los medios de comunicación norteamericanos se pusieran de perfil en aquellos años» (FUENTE).
Los demócratas afirmaron que Trump había creado un escándalo mediático para perjudicar la campaña de Biden, pero sus acusaciones resultaron ser ciertas. El propio Joe Biden, durante una reunión en el Rockefeller Council for Foreign Relations, admitió haber intervenido sobre el entonces presidente Petro Poroshenko y el primer ministro Arsenij Yatseniuk para evitar las investigaciones sobre su hijo Hunter por parte del fiscal general Viktor Shokin.
Biden había amenazado «con retener una garantía de préstamo de mil millones de dólares en Estados Unidos durante un viaje a Kiev en diciembre de 2015», informa el New York Post. «Si [el Procurador General Shokin] no es despedido, no tendrán el dinero» (aquí y aquí). Y el fiscal fue efectivamente despedido, salvando a Hunter de un nuevo escándalo.
La injerencia de Biden en la política de Kiev, a cambio de favores a los burócratas y a los oligarcas corruptos, confirma el interés del actual presidente de EE.UU. por proteger a su familia y su imagen, alimentando el desorden en Ucrania e incluso una guerra. ¿Cómo puede gobernar con honestidad y sin ser objeto de chantaje una persona que utiliza su cargo para cuidar sus propios intereses y encubrir los delitos de sus familiares?
La cuestión nuclear ucraniana
Por último, está la cuestión de las armas nucleares ucranianas. El 19 de febrero de 2022, en una conferencia en Múnich, Zelenskyy anunció su intención de poner fin al Memorándum de Budapest (1994) que prohíbe a Ucrania el desarrollo, la proliferación y el uso de armas atómicas. Entre las demás cláusulas del Memorándum, figura también la que obliga a Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido a abstenerse de utilizar la presión económica sobre Ucrania para influir en su política: las presiones del FMI y de Estados Unidos para conceder ayuda económica a cambio de reformas acordes con el Gran Reseteo representan una nueva violación del acuerdo.
El embajador ucraniano en Berlín, Andriy Melnyk, argumentó en la radio Deutschlandfunk en 2021 que Ucrania tenía que recuperar el estatus nuclear si el país no entraba en la OTAN. Las centrales nucleares ucranianas son operadas, reconstruidas y mantenidas por la empresa estatal NAEK Energoatom, que terminó por completo su relación con empresas rusas entre 2018 y 2021. Sus principales socios son empresas que se pueden rastrear hasta el gobierno de Estados Unidos. Es fácil entender cómo la Federación Rusa considera la posibilidad de que Ucrania adquiera armas nucleares como una amenaza y exija la adhesión de Kiev al pacto de no proliferación.
La revolución de colores en Ucrania y la independencia de Crimea, Donetsk y Lugansk
En 2013, después de que el gobierno del presidente Víktor Yanukóvich decidiera suspender el acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea y estrechar las relaciones económicas con Rusia, se iniciaron una serie de manifestaciones de protesta conocidas como Euromaidan, que duraron varios meses y culminaron en la revolución que derrocó a Yanukóvich y llevó a la instalación de un nuevo gobierno.
Fue una operación auspiciada por George Soros, tal y como declaró con franqueza a la CNN: «Tengo una fundación en Ucrania desde antes de que se independizara de Rusia; esta fundación siempre ha estado en el negocio y ha jugado un papel decisivo en los acontecimientos de hoy» (aquí, aquí y aquí).
Este cambio de gobierno provocó la reacción de los partidarios de Yanukóvich y de una parte de la población ucraniana que se oponía al giro prooccidental de Ucrania, que no había sido deseado por la población, sino que se obtuvo mediante una revolución de colores, de la que hubo ensayos generales en años anteriores en Georgia, Moldavia y Bielorrusia.
Tras los enfrentamientos del 2 de mayo de 2014, en los que también intervinieron las franjas paramilitares nacionalistas (incluidas las del Pravyi Sektor), se produjo también la masacre de Odessa. La prensa occidental también habló de estos terribles sucesos de forma escandalosa; Amnistía Internacional (aquí) y la ONU denunciaron estos crímenes y documentaron su brutalidad. Pero ningún tribunal internacional inició ningún proceso contra los responsables, como se pretende hacer hoy contra los supuestos crímenes del ejército ruso.
Entre los numerosos acuerdos no respetados se encuentra también el Protocolo de Minsk, firmado el 5 de septiembre de 2014 por el Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania, compuesto por representantes de Ucrania, Rusia, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.
Entre los puntos del acuerdo estaba también la retirada de los grupos armados ilegales, del material militar, así como de los combatientes y mercenarios del territorio de Ucrania bajo la supervisión de la OSCE y el desarme de todos los grupos ilegales. En contra de lo acordado, los grupos paramilitares neonazis no solo fueron reconocidos oficialmente por el gobierno, sino que sus miembros reciben incluso misiones oficiales.
También en 2014, Crimea, Donetsk y Lugansk declararon su independencia de Ucrania -en nombre de la autodeterminación de los pueblos reconocida por la comunidad internacional- y se declararon anexionadas a la Federación Rusa. El gobierno ucraniano sigue negándose a reconocer la independencia de estas regiones, sancionada por referéndum popular, y deja a las milicias neonazis y a las propias fuerzas militares regulares libertad para ensañarse con la población, ya que considera a estas entidades como organizaciones terroristas.
Es cierto que los dos referendums del 2 de noviembre de 2014 constituyen un estiramiento del Protocolo de Minsk, que solo preveía una descentralización del poder y una forma de estatuto especial para las regiones de Donetsk y Lugansk.
Como ha señalado recientemente el profesor Franco Cardini, «el 15 de febrero de 2022, Rusia entregó a Estados Unidos un proyecto de tratado para poner fin a esta situación y defender a las poblaciones de habla rusa. Papel mojado. Esta guerra comenzó en 2014» (aquí y aquí).
Y era una guerra en las intenciones de los que querían combatir a la minoría rusa de Donbass: «Nosotros tendremos trabajo y pensiones, y ellos no. Recibiremos bonificaciones por tener hijos, y ellos no. Nuestros hijos tendrán escuelas y guarderías; los suyos se quedarán en los sótanos. Así ganaremos esta guerra», dijo el presidente Petro Poroshenko en 2015 (aquí).
No se nos escapa que estas medidas son similares a la discriminación de los llamados «no vacunados», a los que se ha privado de trabajo, sueldo y educación. Ocho años de bombardeos en Donetsk y Lugansk, con cientos de miles de víctimas, 150 niños muertos y gravísimos casos de tortura, violación, secuestro y discriminación (aquí).
El 18 de febrero de 2022, los presidentes de Donetsk y Lugansk, Denis Pushilin y Leonid Pasechnik, ordenaron la evacuación de la población civil de sus provincias hacia la Federación Rusa debido a los enfrentamientos en curso entre la Milicia Popular de Donbass y las Fuerzas Armadas de Ucrania. El 21 de febrero, la Duma Estatal (Cámara Baja del Parlamento ruso) ratificó por unanimidad los tratados de amistad, cooperación y asistencia mutua introducidos por el presidente Putin con las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
Al mismo tiempo, el presidente ruso ordenó el envío de tropas de la Federación de Rusia para restablecer la paz en la región de Donbass.
Aquí cabe preguntarse por qué, en una situación de flagrante violación de los derechos humanos por parte de las fuerzas militares y los aparatos paramilitares neonazis (que enarbolan banderas con esvásticas y exhiben la efigie de Aldolf Hitler) contra la población de habla rusa de las repúblicas independientes, la comunidad internacional se siente obligada a considerar que la intervención de la Federación Rusa es digna de condena, e incluso a culpar a Putin de la violencia.
¿Dónde está el tan cacareado derecho del pueblo a la autodeterminación, que se hizo válido el 24 de agosto de 1991 para la proclamación de la independencia de Ucrania y que fue reconocido por la comunidad internacional? ¿Y por qué nos escandalizamos hoy por una intervención rusa en Ucrania, cuando la OTAN llevó a cabo el mismo tipo de acciones en Yugoslavia (1991), Kosovo (1999), Afganistán (2001), Iraq (2003), y en Libia y Siria (2011), sin que nadie planteara ninguna objeción?
Por no mencionar que en los últimos diez años Israel ha atacado repetidamente objetivos militares en Siria, Irán y Líbano para evitar la creación de un frente armado hostil en su frontera norte y, sin embargo, ninguna nación ha propuesto imponer sanciones a Tel Aviv.
Resulta desconcertante comprobar con qué hipocresía la Unión Europea y Estados Unidos -Bruselas y Washington- dan su apoyo incondicional al presidente Zelenskyy, cuyo gobierno lleva ocho años persiguiendo impunemente a los ucranianos de habla rusa (aquí), a los que incluso se les prohíbe hablar en su propia lengua, en una nación que incluye numerosos grupos étnicos, de los que los que hablan ruso representan el 17,2%.
Y es escandaloso que guarden silencio sobre la utilización de civiles como escudos humanos por parte del ejército ucraniano, que coloca posiciones antiaéreas en el interior de núcleos de población, hospitales, escuelas y guarderías, precisamente para que su destrucción provoque muertes entre la población.
Los medios de comunicación dominantes se cuidan de no mostrar imágenes de soldados rusos ayudando a los civiles a alcanzar posiciones seguras (aquí y aquí) u organizando corredores humanitarios, sobre los que disparan las milicias ucranianas (aquí y aquí).
Al igual que también se calla sobre los ajustes de cuentas, las masacres, la violencia y los robos por parte de franjas de la población civil, a los que Zelenskyy ha entregado armas: los vídeos que se pueden ver en internet dan una idea del clima de guerra civil que ha alimentado astutamente el Gobierno ucraniano.
A esto hay que añadir los convictos liberados para ser reclutados en el Ejército y también los voluntarios de la legión extranjera: una masa de fanáticos sin reglas y sin formación que contribuirá a empeorar la situación, haciéndola ingobernable.
El presidente Volodymyr Oleksandrovych Zelenskyy
Como han señalado muchos partidos, la candidatura y elección del presidente ucraniano Zelenskyy corresponde a ese reciente cliché, inaugurado en los últimos años, de que un actor cómico o una personalidad del espectáculo se preste a la política. No hay que creer que carecer de un cursus honorum adecuado sea un obstáculo para ascender a la cima de las instituciones; al contrario: cuanto más extraña sea una persona, en apariencia, al mundo de los partidos políticos, más habrá que suponer que su éxito viene determinado por quienes ostentan el poder.
Las actuaciones de Zelenskyy travestido son perfectamente coherentes con la ideología LGBTQ que sus patrocinadores europeos consideran un requisito indispensable de la agenda de «reformas» que todo país debería adoptar, junto con la igualdad de género, el aborto y la economía verde. No es de extrañar que Zelenskyy, miembro del FEM (aquí), haya podido beneficiarse del apoyo de Schwab y sus aliados para llegar al poder y asegurarse de que el Gran Reseteo también se lleve a cabo en Ucrania.
La serie de televisión de 57 episodios que Zelenskyy produjo y protagonizó demuestra que los medios de comunicación planificaron su candidatura a la presidencia de Ucrania y su campaña electoral. En la serie de ficción El siervo del pueblo interpreta el papel de un profesor de instituto que se convierte inesperadamente en Presidente de la República y lucha contra la corrupción de la política.
No es casualidad que la serie, que era absolutamente mediocre, ganara aun así el premio Remi del WorldFest (EE.UU., 2016), quedara entre los cuatro primeros finalistas en la categoría de películas de comedia en los Seoul International Drama Awards (Corea del Sur) y recibiera el premio Intermedia Globe Silver en la categoría de series de televisión de entretenimiento en el World Media Film Festival de Hamburgo.
El revuelo mediático obtenido por Zelenskyy con la serie de televisión le reportó más de 10 millones de seguidores en Instagram y creó la premisa para la creación del partido político homónimo Siervo del Pueblo, del que también forma parte Ivan Bakanov, director general y accionista (junto con el propio Zelenskyy y el oligarca Kolomoisky) del estudio Kvartal 95, además de propietario de la cadena de televisión TV 1+1.
La imagen de Zelenskyy es un producto artificial, una ficción mediática, una operación de manipulación del consenso que ha conseguido crear en el imaginario colectivo ucraniano el personaje político que en la realidad, y no en la ficción, ha conquistado el poder.
«Apenas un mes antes de las elecciones de 2019 que le dieron la victoria, Zelenskyy vendió la empresa [Kvartal 95 Studio] a un amigo, encontrando aún la manera de obtener beneficios del negocio al que había renunciado oficialmente en aras de su familia. Ese amigo era Serhiy Shefir, que posteriormente fue nombrado consejero de la Presidencia. […] La venta de las acciones tuvo lugar en beneficio de Maltex Multicapital Corp., una empresa propiedad de Shefir y registrada en las Islas Vírgenes Británicas» (aquí).
El actual presidente ucraniano promocionó su campaña electoral con un anuncio cuanto menos inquietante (aquí), en el que, sosteniendo dos ametralladoras, disparaba contra miembros del Parlamento, señalados como corruptos o serviles a Rusia.
La lucha contra la corrupción pregonada por el presidente ucraniano en su papel de «servidor del pueblo» no se corresponde, sin embargo, con la imagen que se desprende de él a partir de los llamados papeles de Pandora, en los que parece que el multimillonario judío Kolomoisky[1] le pagó 40 millones de dólares en vísperas de las elecciones a través de cuentas en paraísos fiscales (aquí, aquí y aquí) [2].
En su país, muchos le acusan de haber arrebatado el poder a los oligarcas prorrusos no para dárselo al pueblo ucraniano, sino para reforzar su propio grupo de intereses y, al mismo tiempo, eliminar a sus adversarios políticos: «Ha liquidado a los ministros de la vieja guardia, en primer lugar al poderoso ministro del Interior, [Arsen] Avakov. Ha retirado bruscamente al presidente del Tribunal Constitucional que actuaba como control de sus leyes. Ha cerrado siete canales de televisión de la oposición. Ha detenido y acusado de traición a Viktor Medvedcuk, simpatizante prorruso pero, sobre todo, líder del partido Plataforma de Oposición – Por la Vida, el segundo partido del Parlamento ucraniano después de su partido Siervo del Pueblo.
También está juzgando por traición al expresidente Poroshenko, que sospechaba de todo el mundo menos de los que se llevaban bien con los rusos o sus amigos. El alcalde de Kiev, el popular excampeón mundial de boxeo Vitaly Klitchko, ya ha sido objeto de varios registros y confiscaciones. En resumen, Zelenskyy parece querer hacer tabla rasa de todo aquel que no esté alineado con su política» (aquí).
El 21 de abril de 2019, Zelenskyy fue elegido Presidente de Ucrania con el 73,22% de los votos, y el 20 de mayo prestó juramento. El 22 de mayo de 2019 nombró a Ivan Bakanov, Director General de Kvartal 95, como Primer Jefe Adjunto de los Servicios de Seguridad de Ucrania y Jefe de la Dirección Principal de Lucha contra la Corrupción y el Crimen Organizado de la Dirección Central del Servicio de Seguridad de Ucrania.
Junto a Bakanov, cabe mencionar a Mykhailo Fedorov, vicepresidente y ministro de Transformación Digital, miembro del Foro Económico Mundial (aquí). El propio Zelenskyy ha admitido tener como inspiración al primer ministro de Canadá Justin Trudeau (aquí y aquí).
Las relaciones de Zelenskyy con el FMI y el FEM
Como ha demostrado el trágico precedente de Grecia, las soberanías nacionales y la voluntad popular expresada por los parlamentos son borradas de facto por las decisiones de las altas finanzas internacionales, que interfieren en las políticas gubernamentales mediante el chantaje y la extorsión descarada de carácter económico. El caso de Ucrania, que es uno de los países más pobres de Europa, no es una excepción.
Poco después de la elección de Zelenskyy, el Fondo Monetario Internacional amenazó con no conceder a Ucrania un préstamo de 5.000 millones de dólares si no cumplía sus exigencias. Durante una conversación telefónica con la directora general del FMI, Kristalina Georgieva, al presidente ucraniano fue reprendido por haber sustituido a Yakiv Smolii por un hombre de su confianza, Kyrylo Shevchenko, que era menos proclive a cumplir los dictados del FMI.
Anders Åslund escribe en Atlantic Council: «Los problemas que rodean al gobierno de Zelenskyy están aumentando de forma alarmante. En primer lugar, desde marzo de 2020, el presidente ha llevado a cabo un retroceso no solo de las reformas llevadas a cabo bajo su mandato, sino también de las iniciadas por su predecesor Petro Poroshenko. En segundo lugar, su gobierno no ha presentado propuestas plausibles para resolver las preocupaciones del FMI sobre los compromisos incumplidos de Ucrania. En tercer lugar, el presidente parece no contar ya con una mayoría parlamentaria gobernante, y no parece estar interesado en formar una mayoría reformista» (aquí).
Es evidente que las intervenciones del FMI tienen como objetivo obtener el compromiso del gobierno ucraniano de alinearse con las políticas económicas, fiscales y sociales dictadas por la agenda globalista, empezando por la «independencia» del Banco Central de Ucrania del gobierno: un eufemismo con el que el FMI pide al gobierno de Kiev que renuncie al control legítimo sobre su Banco Central, que es una de las formas de ejercer la soberanía nacional, junto con la emisión de dinero y la gestión de la deuda pública.
Por otro lado, apenas cuatro meses antes Kristalina Georgieva había lanzado el Gran Reseteo junto a Klaus Schwab, el príncipe Carlos y el secretario general de la ONU António Guterres.
Lo que no había sido posible con los gobiernos anteriores se llevó a cabo bajo la presidencia de Zelenskyy, que entró en las gracias del FEM (aquí) junto con el nuevo gobernador del BCU, Kyrylo Shevchenko. Menos de un año después, para demostrar su sujeción, Shevchenko escribió un artículo para el FEM titulado Central banks are the key to countries’ climate goals and Ukraine is showing the [Los bancos centrales son la clave para los objetivos climáticos de los países y Ucrania está mostrando el camino] (aquí). Así se aplica la Agenda 2030, bajo chantaje.
También hay otras empresas ucranianas que tienen vínculos con el FEM: la Caja de Ahorros Estatal de Ucrania (una de las mayores instituciones financieras de Ucrania), el Grupo DTEK (un importante inversor privado en el sector energético ucraniano) y Ukr Land Farming (líder agrícola en cultivos). Los bancos, la energía y la alimentación son sectores que encajan perfectamente con el Gran Reseteo y la Cuarta Revolución Industrial teorizados por Klaus Schwab.
El 4 de febrero de 2021, el presidente ucraniano cerró siete emisoras de televisión, entre ellas ZIK, Newsone y 112 Ucrania, todas ellas culpables de no apoyar a su gobierno.
Como escribe Anna Del Freo: «Una dura condena de este acto liberticida ha llegado, entre otros, también de la Federación Europea de Periodistas y la Federación Internacional de Periodistas, que han pedido el levantamiento inmediato del veto. Las tres emisoras no podrán seguir emitiendo durante cinco años: emplean a unas 1.500 personas, cuyos puestos de trabajo están ahora en peligro. No hay ninguna razón real para el cierre de las tres cadenas, salvo la arbitrariedad del vértice político ucraniano, que las acusa de amenazar la seguridad de la información y de estar bajo ‘influencia rusa maligna’. También reacciona con fuerza NUJU, el sindicato de periodistas ucranianos, que habla de un ataque muy fuerte a la libertad de expresión, dado que se está privando a cientos de periodistas de la posibilidad de expresarse y a cientos de miles de ciudadanos del derecho a estar informados».
Como vemos, de lo que se acusa a Putin fue en realidad llevado a cabo por Zelenskyy y, más recientemente, por la Unión Europea, con la complicidad de las plataformas de las redes sociales. El artículo de Del Freo señala: «El cierre de emisoras de televisión es una de las formas más extremas de restricción de la libertad de prensa», dijo el secretario general de la FEP, Ricardo Gutiérrez. «Las naciones tienen la obligación de garantizar un pluralismo informativo efectivo. Está claro que el veto presidencial no se ajusta en absoluto a las normas internacionales sobre libertad de expresión».
Sería interesante conocer las declaraciones de la Federación Europea de Periodistas y la Federación Internacional de Periodistas tras el apagón de Russia Today y Sputnik en Europa.
Movimientos neonazis y extremistas en Ucrania
Un país que pide ayuda humanitaria a la comunidad internacional para defender a su población de la agresión rusa debería, en el imaginario colectivo, destacar por el respeto a los principios democráticos y por una legislación que prohíba las actividades y la difusión de propaganda de las ideologías extremistas.
Los movimientos neonazis que realizan acciones militares y paramilitares operan libremente en Ucrania, a menudo con el apoyo oficial de las instituciones públicas. Entre ellos se encuentran los siguientes: la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) de Stepan Bandera, un movimiento de matriz nazi, antisemita y racista ya activo en Chechenia y que forma parte del Right Sector, una asociación de movimientos de extrema derecha formada en el momento del golpe de Estado de Euromaidan en 2013/2014; el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA); la UNA/UNSO, ala paramilitar del partido político de extrema derecha Asamblea Nacional de Ucrania; la Hermandad Korchinsky, que ofrecía protección en Kiev a los miembros del ISIS (aquí); Misanthropic Vision (MD), una red neonazi extendida por 19 países que incita públicamente al terrorismo, al extremismo y al odio contra cristianos, musulmanes, judíos, comunistas, homosexuales, estadounidenses y personas de color (aquí).
Hay que recordar que el gobierno ha prestado un apoyo explícito a estas organizaciones extremistas, tanto enviando la guardia presidencial a los funerales de sus representantes, como apoyando al Batallón Azov, una organización paramilitar que forma parte oficialmente del ejército ucraniano bajo el nuevo nombre de Regimiento de Operaciones Especiales Azov y organizado en la Guardia Nacional.
El Regimiento Azov está financiado por el oligarca judío ucraniano Igor Kolomoisky, antiguo gobernador de Dnepropetrovsk, que también se cree que es el financiador de las milicias nacionalistas de Pravyi Sektor, consideradas responsables de la masacre de Odessa. Se trata del mismo Kolomoisky mencionado en los papeles de Pandora como patrocinador del presidente Zelenskyy. El batallón tiene relaciones con varias organizaciones de extrema derecha de Europa y Estados Unidos.
Amnistía Internacional, tras una reunión celebrada el 8 de septiembre de 2014 entre el secretario general Salil Shetty y el primer ministro Arseniy Yatsenyuk, pidió al gobierno ucraniano que pusiera fin a los abusos y crímenes de guerra cometidos por los batallones de voluntarios que operan junto a las Fuerzas Armadas de Kiev. El gobierno ucraniano ha abierto una investigación oficial sobre el asunto, declarando que ningún oficial o soldado del Batallón Azov parece estar siendo investigado.
En marzo de 2015, el ministro del Interior ucraniano, Arsen Avakov, anunció que el Batallón Azov sería una de las primeras unidades en ser entrenadas por las tropas del ejército estadounidense, como parte de su misión de entrenamiento de la Operación Guardia Intrépida.
El entrenamiento estadounidense se interrumpió el 12 de junio de 2015, cuando la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó una enmienda que prohibía toda ayuda (incluidas las armas y el entrenamiento) al batallón debido a su pasado neonazi.
La enmienda fue posteriormente revocada por presiones de la CIA (aquí y aquí) y los soldados del Batallón Azov fueron entrenados en Estados Unidos (aquí y aquí): «Llevamos ocho años entrenando a estos chicos. Son muy buenos combatientes. Ahí es donde el programa de la Agencia podría tener un impacto serio».
En 2016, un informe de la OSCE [Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa] concluyó que el Batallón Azov era responsable del asesinato masivo de prisioneros, la ocultación de cadáveres en fosas comunes y el uso sistemático de técnicas de tortura física y psicológica. Hace tan solo unos días, el subcomandante del Batallón, Vadim Troyan, fue nombrado Jefe de Policía de la Región Oblast por el ministro del Interior, Arsen Avakov.
Estos son los «héroes» que luchan junto al ejército ucraniano contra los soldados rusos. Y estos héroes del Batallón Azov, en lugar de proteger a sus hijos, se atreven a hacer carne de matanza, alistando a niños y niñas (aquí y aquí), violando el Protocolo Facultativo de la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño (aquí), relativo a la participación de menores en conflictos armados: un instrumento jurídico ad hoc que establece que ningún niño menor de 18 años debe ser reclutado por la fuerza ni utilizado directamente en hostilidades, ni por las fuerzas armadas de un Estado ni por grupos armados.
Inevitablemente, las armas letales proporcionadas por la UE, incluida la Italia de Draghi, con el apoyo de los partidos políticos «antifascistas», están destinadas a ser utilizadas contra estos niños.
La guerra ucraniana en los planes del NOM
La censura que se está imponiendo a las emisoras rusas está claramente dirigida a impedir que la narrativa oficial sea desmentida por los hechos. Pero mientras los medios de comunicación occidentales muestran imágenes del videojuego War Thunder (aquí), fotogramas de la película La Guerra de las Galaxias (aquí), explosiones en China (aquí), vídeos de desfiles militares (aquí), imágenes de Afganistán (aquí), del metro de Roma (aquí) o imágenes de crematorios móviles (aquí) haciéndolas pasar por escenas reales y recientes de la guerra en Ucrania, la realidad se ignora porque ya se ha decidido provocar un conflicto como arma de distracción masiva que legitime nuevas restricciones de las libertades en las naciones occidentales, según los planes del Gran Reseteo del Foro Económico Mundial y la Agenda 2030 de las Naciones Unidas.
Es evidente que el pueblo ucraniano, más allá de las cuestiones que pueda resolver la diplomacia, es víctima del mismo golpe de estado global que están llevando a cabo las potencias supranacionales que pretenden, no la paz entre las naciones, sino el establecimiento de la tiranía del Nuevo Orden Mundial. Hace apenas unos días, la parlamentaria ucraniana Kira Rudik declaró a Fox News, mientras sostenía un kalashnikov: «Sabemos que no solo luchamos por Ucrania, sino también por el Nuevo Orden Mundial».
Las violaciones de los derechos humanos en Ucrania y los crímenes de las milicias neonazis denunciados reiteradamente por Putin no pudieron encontrar una solución política porque fueron planificados y fomentados por la élite globalista, con la colaboración de la Unión Europea, la OTAN y el deep state estadounidense, con un tono antirruso destinado a hacer inevitable una guerra cuyo objetivo es imponer, principalmente en Europa, la adopción forzosa del racionamiento energético (aquí),[3] las restricciones a los viajes, la sustitución del papel moneda por el dinero electrónico (aquí y aquí) y la adopción del DNI digital (aquí y aquí).
No estamos hablando de proyectos teóricos. Se trata de decisiones que están a punto de tomarse concretamente tanto a nivel europeo como en cada país.
Respeto por la ley y las normas
La intervención en Ucrania de la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea no parece tener ninguna legitimidad. Ucrania no es miembro de la OTAN y, como tal, no debería beneficiarse de la ayuda de una entidad cuya finalidad es la defensa de sus países miembros. Lo mismo puede decirse de la Unión Europea, que hace unos días invitó a Zelenskyy a unirse a ella.
Mientras tanto, Ucrania ha recibido 2.500 millones de dólares de Estados Unidos desde 2014 y otros 400 millones solo en 2021 (aquí), además de otros fondos por un total de 4.600 millones de dólares (aquí).
Por su parte, Putin ha dado 15.000 millones de dólares en préstamos a Ucrania para salvarla de la quiebra. La Unión Europea, por su parte, ha enviado 17 millones de dólares en fondos, además de la financiación enviada por varias naciones individuales. Pero esta ayuda ha beneficiado solo mínimamente a la población ucraniana.
Además, al intervenir en la guerra de Ucrania en nombre de la Unión Europea, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, está violando los artículos 9, 11 y 12 del Tratado de Lisboa. La competencia de la Unión Europea en este ámbito pertenece al Consejo Europeo y al Alto Representante.
En ningún caso pertenece al Presidente de la Comisión. ¿En calidad de qué presume la Presidenta von der Leyen de actuar como si fuera la jefa de la Unión Europea, usurpando un papel que no le corresponde? ¿Por qué nadie interviene, sobre todo teniendo en cuenta el peligro al que se exponen los ciudadanos europeos por la posibilidad de represalias rusas?
Además, en muchos casos las constituciones de las naciones que hoy envían apoyo y armas a Ucrania no contemplan la posibilidad de entrar en conflicto. Por ejemplo, el artículo 11 de la Constitución italiana establece: «Italia repudia la guerra como instrumento de ofensa a la libertad de otros pueblos y como medio para resolver controversias internacionales».
El envío de armas y soldados a una nación que no forma parte ni de la OTAN ni de la Unión Europea constituye una declaración de guerra de facto a la nación beligerante con ella (en este caso, Rusia), por lo que debería requerir la deliberación previa de la declaración de guerra, tal y como prevé el artículo 78 de la Constitución italiana: «Las Cámaras [del Parlamento] deliberan sobre el estado de guerra y confieren los poderes necesarios al gobierno». No parece que hasta la fecha las Cámaras hayan sido llamadas a expresarse en este sentido, ni que el presidente de la República haya intervenido para exigir el cumplimiento de la disposición constitucional.
El primer ministro Draghi, nombrado por la cábala globalista para la destrucción de Italia y su esclavización definitiva a los poderes supranacionales, es uno de los muchos jefes de gobierno nacionales que considera la voluntad de los ciudadanos como un molesto obstáculo para la ejecución de la agenda del Foro Económico Mundial.
Después de dos años de violaciones sistemáticas de los derechos fundamentales y de la Constitución, es difícil creer que quiera anteponer los intereses de la nación italiana a los de quienes le han colocado en el poder. Al contrario: cuanto más desastrosos sean los efectos de las sanciones adoptadas por su gobierno, más podrá considerarse apreciado por quienes le han dado el poder. El golpe perpetrado mediante la emergencia psicopandémica prosigue hoy con nuevas decisiones desafortunadas, ratificadas por un Parlamento carente de espina dorsal.
También es una violación del artículo 288 del Código Penal italiano permitir a los ciudadanos italianos -e incluso a los miembros de la mayoría del Gobierno y a los dirigentes políticos- responder al llamamiento del embajador ucraniano para alistarse en la legión extranjera: «Quien en el territorio de [Italia] aliste o arme a ciudadanos para servir [en el ejército] a favor de una nación extranjera, será castigado con prisión de 4 a 15 años». Ningún magistrado, al menos por el momento, ha intervenido para castigar a los responsables de este delito.
Otra violación se encuentra en la actividad de traslado de niños de Ucrania a Italia (y presumiblemente también a otras naciones) que han sido obtenidos a través de la maternidad subrogada, ordenada por parejas italianas en violación de la Ley 40/2004, sin que se imponga ninguna pena a los culpables de este delito, así como a sus cómplices.
También hay que recordar que las declaraciones de miembros del Gobierno o de dirigentes políticos con respecto a la Federación Rusa y a su Presidente, junto con las sanciones que se han adoptado contra Rusia y los reiterados casos de discriminación arbitraria contra ciudadanos, empresas, artistas y equipos deportivos por el mero hecho de ser rusos, no solo son provocaciones que deberían evitarse para permitir una solución serena y pacífica de la crisis de Ucrania, sino que también ponen en muy grave peligro la seguridad de los ciudadanos italianos (así como la de los ciudadanos de otras naciones que están adoptando una postura similar hacia Rusia).
La razón de semejante temeridad es incomprensible, a no ser que haya un deseo intencionado de provocar reacciones de la parte contraria.
El conflicto ruso-ucraniano es una trampa muy peligrosa que se ha tendido contra Ucrania, Rusia y las naciones de Europa.
Ucrania es la última víctima de verdugos consumados
La crisis ruso-ucraniana no estalló de repente hace un mes. Ha sido preparada y fomentada durante mucho tiempo, comenzando ciertamente con el golpe blando de 2014 que fue deseado por el deep state estadounidense en clave antirrusa. Así lo demuestra, entre otros hechos incontestables, el entrenamiento del Batallón Azov por parte de la CIA «para matar rusos» (aquí), con la CIA forzando la revocación de la enmienda que prohibía la ayuda al batallón realizada por el Congreso en 2015.
Las intervenciones realizadas por Joe y Hunter Biden han ido en la misma dirección. Por lo tanto, hay pruebas de una premeditación a largo plazo, coherente con la implacable expansión de la OTAN hacia el Este. La Revolución de Colores de Euromaidan, así como el establecimiento de un gobierno pro-OTAN compuesto por homines novi entrenados por el Foro Económico Mundial y George Soros, tenían como objetivo crear las condiciones para la subordinación de Ucrania al bloque de la OTAN, alejándola de la influencia de la Federación Rusa.
Para ello, la acción subversiva de las ONG del filántropo húngaro, apoyada por la propaganda mediática, ha mantenido en silencio los crímenes de las organizaciones paramilitares neonazis, financiadas por los mismos que patrocinan a Zelenskyy.
Pero si el lavado de cerebro llevado a cabo por los grandes medios de comunicación en las naciones occidentales ha logrado transmitir una narrativa completamente distorsionada de la realidad, no puede decirse lo mismo de Ucrania, donde la población es muy consciente de la corrupción de la clase política en el poder, así como de su lejanía de los problemas reales de la nación ucraniana.
En Occidente creemos que los «oligarcas» solo están en Rusia, mientras que la realidad es que están presentes sobre todo en toda la galaxia de naciones que antes componían la Unión Soviética, donde pueden acumular riqueza y poder simplemente poniéndose a disposición de los «filántropos» extranjeros y las empresas multinacionales.
Poco importa que sus cuentas en paraísos fiscales sean la causa principal de la pobreza de los ciudadanos de esas naciones, del atraso del sistema sanitario, del excesivo poder de la burocracia, de la ausencia casi total de servicios públicos, del control extranjero de empresas estratégicas y de la progresiva pérdida de soberanía e identidad nacional: lo importante es «hacer dinero» y ser inmortalizado junto a los personajes políticos, los banqueros, los traficantes de armas y los que matan de hambre al pueblo.
Y luego venir a los centros turísticos de moda de Versilia o de la Costa de Amalfi para presumir de sus yates y tarjetas de platino ante el camarero de Odessa o la señora de la limpieza de Kiev, que envían su mísero salario a sus familiares en su país.
Estos multimillonarios ucranianos con kipás son los que están vendiendo Ucrania al corrupto y corruptor Occidente, cambiando su propio bienestar por la esclavización de sus compatriotas a los usureros que se están apoderando del mundo, utilizando los mismos sistemas despiadados e inmorales en todas partes.
En el pasado recortaron los salarios de los trabajadores de Atenas y Salónica; hoy simplemente han ampliado sus horizontes a toda Europa, donde la población sigue mirando incrédula mientras se impone primero una dictadura sanitaria y luego una dictadura medioambiental.
Por otra parte, sin el pretexto de una guerra, ¿cómo podrían justificar la subida del precio del gas y de los carburantes, forzando el proceso de transición «ecológica» impuesto desde arriba para controlar a las masas empobrecidas? ¿Cómo podrían hacer tragar a los pueblos del mundo occidental la instauración de la tiranía del Nuevo Orden Mundial, cuando la farsa de la pandemia se desvelaba y sacaba a la luz los crímenes contra la humanidad cometidos por las grandes farmacéuticas?
Y mientras la UE y los jefes de gobierno culpan a Rusia de la inminente catástrofe, las élites occidentales demuestran que incluso quieren destruir la agricultura, para aplicar los horrores del Holodomor a escala mundial (aquí). Por otra parte, en muchas naciones (entre ellas Italia) se está teorizando la privatización de las vías fluviales -y el agua es un bien público inalienable- en beneficio de las multinacionales y con el objetivo de controlar y limitar las actividades agrícolas.
El gobierno pro-OTAN de Kiev no se comportó de manera muy diferente: durante ocho años se privó a Crimea del agua del río Dniéper para impedir el riego de los campos y matar de hambre a la población. Hoy en día, a la luz de las sanciones impuestas a Rusia y de la enorme reducción del suministro de cereales, podemos entender las enormes inversiones de Bill Gates en agricultura (aquí), siguiendo la misma lógica despiadada de obtención de beneficios ya experimentada con la campaña de vacunas.
El pueblo ucraniano, independientemente del grupo étnico al que pertenezca, no es más que el último rehén involuntario del régimen totalitario supranacional que puso de rodillas a las economías nacionales de todo el mundo mediante el engaño del COVID, después de teorizar públicamente sobre la necesidad de diezmar a la población mundial y transformar a los supervivientes en enfermos crónicos que han comprometido irremediablemente su sistema inmunológico.
El pueblo ucraniano debería pensarse mucho el pedir la intervención de la OTAN o de la UE, siempre que sea realmente el pueblo ucraniano quien lo haga y no sus corruptos gobernantes ayudados por mercenarios racistas y grupos neonazis a sueldo de los jerarcas. Porque mientras se les promete la libertad frente al invasor -con el que comparten la herencia religiosa y cultural común de haber sido en su día parte de la Gran Rusia-, en realidad lo que se está preparando cínicamente es su anulación definitiva, su esclavización al Gran Reseteo que prevé todo menos la protección de su identidad, su soberanía y sus fronteras.
Que el pueblo ucraniano mire lo que les ha pasado a las naciones de la Unión Europea: el espejismo de la prosperidad y la seguridad se derrumba con la contemplación de los escombros dejados por el euro y los lobbies de Bruselas. Naciones invadidas por inmigrantes ilegales que alimentan la delincuencia y la prostitución, destruidas en su tejido social por ideologías políticamente correctas, llevadas a sabiendas a la bancarrota por políticas económicas y fiscales imprudentes, conducidas a la pobreza por la anulación de las protecciones laborales y de seguridad social, privadas de futuro por la destrucción de la familia y la corrupción moral e intelectual de las nuevas generaciones.
Lo que antes eran naciones prósperas e independientes, diversas en sus respectivas especificidades étnicas, lingüísticas, culturales y religiosas, se han transformado ahora en una masa informe de personas sin ideales, sin esperanzas, sin fe, sin siquiera la fuerza para reaccionar contra los abusos y crímenes de quienes las gobiernan. Una masa de clientes corporativos, esclavos del sistema de control detallado impuesto por la farsa pandémica, incluso ante la evidencia de fraude.
Una masa de personas sin identidad individual, marcadas con códigos QR como animales en una granja intensiva, como productos de un enorme centro comercial. Si este ha sido el resultado de la renuncia a la soberanía nacional de todas las naciones -¡todas, sin excepción! – que se han confiado a la colosal estafa de la Unión Europea, ¿por qué iba a ser Ucrania diferente?
¿Es esto lo que querían vuestros padres, lo que esperaban, lo que deseaban, cuando recibieron el bautismo junto a Vladimir el Grande a orillas del Dniéper?
Si hay un aspecto positivo que cada uno de nosotros puede reconocer en esta crisis, es que ha revelado el horror de la tiranía globalista, su despiadado cinismo, su capacidad para destruir y aniquilar todo lo que toca. No son los ucranianos los que deberían entrar en la Unión Europea o en la OTAN; son más bien las otras naciones las que deberían finalmente ser sacudidas por el orgullo y el coraje para salir de ellas, sacudiendo este detestable yugo y redescubriendo su propia independencia, soberanía, identidad y fe. Sus propias almas.
Para ser claros: el Nuevo Orden Mundial no es un destino ineludible, y puede ser subvertido y denunciado si tan solo los pueblos del mundo se dan cuenta de que han sido engañados y estafados por una oligarquía de criminales claramente identificables, que algún día tendrán que responder por esas sanciones y esos bloques de fondos que hoy aplican impunemente a cualquiera que no doble la rodilla ante ellos.
Un llamamiento a la Tercera Roma
También para Rusia este conflicto es una trampa. Porque cumpliría el sueño del deep state estadounidense de expulsar definitivamente a Rusia del contexto europeo en sus relaciones comerciales y culturales, empujándola a los brazos de China, quizá con la esperanza de que la dictadura de Pekín pueda persuadir a los rusos de que acepten el sistema de crédito social y otros aspectos del Gran Reseteo que hasta ahora Rusia ha podido evitar, al menos en parte.
Es una trampa, no porque Rusia se equivoque al querer «desnazificar» a Ucrania de sus grupos extremistas y garantizar la protección a los ucranianos de habla rusa, sino porque son precisamente esas razones –teóricamente sostenibles- las que fueron creadas específicamente para provocarla e inducirla a invadir Ucrania, de tal manera que provoque la reacción de la OTAN que ha sido preparada desde hace tiempo por el deep state y la élite globalista.
El casus belli fue deliberadamente planeado por los verdaderos autores del conflicto, sabiendo que obtendría exactamente esa respuesta de Putin. Y depende de Putin, independientemente de que tenga razón, no caer en la trampa y, en cambio, darle la vuelta a la tortilla, ofreciendo a Ucrania las condiciones de una paz honorable sin continuar el conflicto.
De hecho, cuanto más crea Putin que tiene razón, más debe demostrar la grandeza de su nación y su amor por su pueblo no cediendo a las provocaciones.
Permítanme repetir las palabras del profeta Isaías: Dissolve colligationes impietatis, solve fasciculos deprimentes, dimitte eos qui confracti sunt liberos, et omne onus dirumpe; frange esurienti panem tuum, et egenos vagosque induc in domum tuam; cum videris nudum, operi eum, et carnem tuam ne despexeris. Tunc erumpet quasi mane lumen tuum; et sanitas tua citius orietur, et anteibit faciem tuam justitia tua, et gloria Domini colliget te.
Soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor (Is 58,6-8).
La crisis mundial con la que se prepara la disolución de la sociedad tradicional ha implicado también a la Iglesia católica, cuya jerarquía es rehén de los apóstatas cortesanos del poder [4]. Hubo un tiempo en el que papas y prelados se enfrentaban a los reyes sin preocuparse por el respeto humano, porque sabían que hablaban con la voz de Jesucristo, el Rey de reyes. La Roma de los césares y de los papas está ahora desierta y silenciosa, como lo ha estado durante siglos la Segunda Roma de Constantinopla.
Tal vez la Providencia haya ordenado que Moscú, la Tercera Roma, asuma hoy a la vista del mundo el papel de κατέχον (2 Tes 2,6-7), de obstáculo escatológico al Anticristo. Si los errores del comunismo fueron difundidos por la Unión Soviética, hasta el punto de imponerse en el seno de la Iglesia, Rusia y Ucrania pueden tener hoy un papel extraordinario en la restauración de la civilización cristiana, contribuyendo a traer al mundo un período de paz del que también la Iglesia resurgirá purificada y renovada en sus ministros.
Los Estados Unidos de América y las naciones europeas no deberían marginar a Rusia, sino formar una alianza con ella, no solo para el restablecimiento del comercio para la prosperidad de todos, sino con vistas a la reconstrucción de una civilización cristiana, que es la única que puede salvar al mundo del monstruo transhumano globalista.
Consideraciones finales
Es muy preocupante que los destinos de los pueblos del mundo estén en manos de una élite que no rinde cuentas a nadie de sus decisiones, que no reconoce ninguna autoridad por encima de sí misma y que para perseguir sus propios intereses no duda en poner en peligro la seguridad, la economía y la propia vida de miles de millones de personas, con la complicidad de los políticos a su servicio y de los grandes medios de comunicación.
La falsificación de los hechos, las grotescas adulteraciones de la realidad y el partidismo con el que se difunden las noticias conviven con la censura de las voces discrepantes y dan lugar a formas de persecución étnica contra los ciudadanos rusos, que son discriminados precisamente en los países que se dicen democráticos y respetuosos con los derechos fundamentales.
Espero sinceramente que mi llamamiento a la creación de una Alianza Antiglobalista que una a los pueblos del mundo en oposición contra la tiranía del Nuevo Orden Mundial sea aceptado por quienes tienen en su corazón el bien común, la paz entre las naciones, la concordia entre todos los pueblos, la libertad de todos los ciudadanos y el futuro de las nuevas generaciones.
Y aún antes, que mis palabras -junto con las de muchas personas intelectualmente honestas- contribuyan a sacar a la luz la complicidad y la corrupción de quienes utilizan la mentira y el fraude para justificar sus crímenes, incluso en estos momentos de gran aprensión por la guerra en Ucrania.
Que los fuertes nos escuchen, para no volverse débiles en la injusticia. Que los poderosos nos escuchen, si quieren que su poder no sea destrucción, sino apoyo a los pueblos y protección para la tranquilidad en el orden y el trabajo (Pío XII, Mensaje radiofónico a los Jefes de Estado y de los Pueblos del Mundo en Peligro Inminente de Guerra, 24 de agosto de 1939).
Que la Santa Cuaresma lleve a todos los cristianos a pedir perdón a la Divina Majestad por los pecados de quienes pisotean su Santa Ley. Que la penitencia y el ayuno muevan al Señor Dios a la misericordia, mientras repetimos las palabras del profeta Joel: Parce, Domine: parce populo tuo; et ne des hæreditatem tuam in opprobrium, ut dominentur eis nationes. Ten compasión de tu pueblo, Señor; no entregues tu heredad al oprobio ni a las burlas de los pueblos (Jl 2,17).
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo, exnuncio apostólico en los Estados Unidos de América
6 de marzo de 2022
Primer domingo de Cuaresma
[1] En 2011, Kolomoisky fue uno de los cofundadores del Parlamento Europeo Judío, junto con el multimillonario Vadim Rabinovich. Cf. https://ejp.eu/. Nótese que Rabinovich es miembro de la Plataforma de Oposición – Por la Vida, el partido político prorruso ucraniano cuyo líder Viktor Medvedcuk fue detenido por Zelenskyy.
[2] Según el político ruso Viktor Vladislavovich Zubarev, miembro de la Duma Estatal, Zelenskyy también tendría depositados 1.200 millones de dólares en el Dresdner Bank de Costa Rica y una villa en Miami comprada por 34 millones de dólares (aquí). Para un panorama más completo, véase la investigación de Slidstvo-info, una agencia ucraniana independiente de periodismo de investigación (aquí).
[3] Cabe señalar que el ministro italiano de Transición Ecológica, Roberto Cingolani, decidió hace unos días vender una parte de las reservas de petróleo a Ucrania «como una ayuda concreta también en el frente energético», exactamente igual que durante la pandemia regaló millones de máscaras a China, para volver a comprarlas a Pekín poco después (aquí).
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