Si por Siria parece librarse la última batalla de los ocho años de su
guerra civil, que comenzó con una procesión de rosas de quienes creían
que por las puertas de Damasco se habían, por fin acabado loa
derramamientos de sangre en que, por entonces se resolvieron los
episodios nacionales subsiguientes al amanecer tunecino de la Primavera
Árabe, por casi todo el ancho de la cornisa norteafricana, con las
excepciones de Marruecos y Argelia.
Si por detrás de todo aquello, con
otras guerras civiles y disensos de fondo mayor por Libia y Egipto, con
cambios sistémicos de régimen político, cupo pensar que toda esa
tectónica de placas en el trasfondo histórico del mundo norteafricano y
riberas marginales del ámbito mediterráneo, estaba cerrando, sin mucha
atrás, un ciclo hacia la estabilización histórica, el eterno retorno de
Buteflika hacia las urnas en los resquicios democráticos de su Argelia
dentro de un dilatado compás de 20 años, pone sobre la actualidad del
ahora mismo la evocación urgente de lo sucedido desde la eclosión de
aquella Primavera Árabe.
Al fin y al cabo, la continuidad de la
estabilidad argelina parece girar sobre el eje de un octogenario cuya
vitalidad política es inversamente proporcional a su derruida salud tras
del impacto poco menos que nuclear, aunque compensado por la bóveda
económica compuesta por los hidrocarburos argelinos y el milagro
geopolítico que los envuelve y soporta como calcañar económico de
Europa.
Y en la medida que Buteflika es la continuidad política en la
ecuación de poder argelina, cabe decir que “Buteflika es el régimen”. El
régimen de Argelia.
(*) Periodista y abogado
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