Partiendo de la premisa de que “cada gran hecho, cada milagro se logra por el poder de la gracia divina” y “no hay verdaderos milagros que no sean de Dios”, Kirill glosó varios momentos de trascendencia histórica para Rusia. El primero, “la terrible invasión de los mongoles-tártaros”, quienes “conquistaron la mitad de Europa” y “Rusia terminó dentro de un vasto territorio que la Horda Khan consideró suyo para siempre”.
Entonces, en plena desesperanza, todo cambió cuando “el monje Sergio, un anciano humilde, bendijo a Dmitry Donskoy, un valiente príncipe y guerrero, para ir a dar batalla a este invencible ejército tártaro-mongol”.
Entonces, frente al juicio equivocado de la razón (incluida la de “los analistas modernos” que evaluaran hoy la situación), lo que ocurrió fue que Donskoy ganó… Y “no lo hizo por un milagro, con ángeles y espadas bajados del cielo, sino que venció gracias al coraje y la fuerza de su ejército, por el cual oró el santo anciano Sergio, y con él toda la Iglesia”.
El siguiente momento histórico rememorado fue “el terrible Tiempo de los Trastornos, cuando el pueblo cayó en la inconsciencia, se perdieron todas las pautas vitales y el país estaba listo para reconocer a cualquier gobernante externo fuerte, incluso un ocupante. ¡Hablaron seriamente sobre la necesidad de llevar al rey polaco al trono ruso y, después de todo, una parte importante de la aristocracia rusa se inclinó por tal solución al problema!”.
Al fin y al cabo, caricaturizó con sorna Kirill, los polacos, que habían “capturado Moscú”, no dejaban de ser “personas ilustradas occidentales”, por lo que podrían gobernar Rusia y “viviríamos en seguridad y paz con Europa”.
Entonces, fue “el patriarca Hermógenes, un hombre santo, que oró para que el Señor librara a la Iglesia rusa y al pueblo ruso de la opresión extranjera. (…) El Señor no solo libró a nuestro país de la ocupación, sino que también evitó un giro fatal en la historia de nuestro pueblo, que sin duda conduciría a cambios civilizatorios que serían terrible para nuestra cultura y nuestra autoconciencia”.
La tercera crisis citada por Kirill fue la Revolución Soviética y su “intento de barrer con toda la vida espiritual de las personas”, cuando se planteaba “destruir todo” y “construir un mundo nuevo”, pero sobre ninguna “base” o “cimientos”.
En ese momento, “el primer golpe fue asestado a la Iglesia rusa como guardián de la fe y de la autoconciencia nacional. Es la Iglesia la que está en el corazón de la cultura rusa; la historia de la Iglesia está en el corazón de la historia del pueblo ruso”. Ahí, el gran ejemplo a seguir fue “el patriarca Tikhon”, quien, desde la cárcel, logró “preservar la Iglesia y la piedad”.
Siguiendo esta estela histórica es cuando, aunque no lo citara directamente en su sermón, en el imaginario de Kirill nos encontramos a Vladímir Putin en el poder, resistiéndose a la presión internacional y, con la bendición del patriarca, luchando por preservar “la unidad espiritual” de la “Rusia histórica”, configurada por los pueblos de “Rusia, Ucrania, Bielorrusia y muchos otros países”.
Y es que, pese a la dureza de la prueba actual, son “pueblos que viven en esta tierra y siempre se reconocen como hermanos”, con un “sistema de valores comunes”.
Con gran vehemencia y frente a todas las críticas externas e internas que le han cuestionado su alineamiento junto a Putin, Kirill reclamó que “¡alguien debe defender la verdad de Dios de que somos realmente un solo pueblo que salió de la pila bautismal de Kiev! Sé que los opositores de este pueblo gritarán ahora allí, en Ucrania: ‘De nuevo, el patriarca dice que somos un solo pueblo’. Pero el patriarca no puede decir otra cosa, porque esto es histórico y verdad de Dios. Y el hecho de que hoy vivamos en diferentes países no cambia esta verdad histórica y no puede cambiarla”.
Nuevamente sin citarlo, aunque sea una secuencia lógica de su introducción histórica, el patriarca aplaudió a Putin y a “todos los que están dispuestos a trabajar hoy para preservar la unidad espiritual de nuestros pueblos, para conservar la unidad de nuestra Iglesia; no vacilan y no dudan de la rectitud del camino escogido”.
Kirill cerró su prédica pidiendo que “el Señor proteja la tierra rusa, los pueblos que hoy habitan esta tierra: Rusia, Ucrania, Bielorrusia, porque todos nosotros, representantes de estos tres pueblos, también estamos conectados por una sola cultura eslava y prácticamente una sola historia. Que Dios no olvide nunca nuestras raíces comunes. (…) Y la oración más importante debe ser que el diablo no permita ese terrible momento en que un hermano levanta la mano contra otro hermano. Por lo tanto, todos debemos orar por la paz, por el bienestar de las santas Iglesias de Dios, por nuestro pueblo unido, que hoy vive en diferentes países, pero que salió de una sola pila bautismal de Kiev, que está unida por una fe común y un destino histórico común”.
Mucho más medido y hasta de carácter diplomático fue el discurso que Kirill pronunció dos días antes, el 18 de marzo, en una intervención ante el Consejo Supremo de Iglesias del Patriarcado Ortodoxo de Moscú. Eso sí, partiendo una vez más de que “la Iglesia rusa, a pesar del contexto político muy negativo, está hoy llamada a preservar la unidad espiritual de nuestro pueblo (los pueblos ruso y ucraniano) como un solo pueblo surgido de la pila bautismal de Kiev”.
Una “unidad” que, percibe, hoy “está expuesta a ciertos peligros” y “hostilidades”. Entre otros ámbitos, “en Internet”, donde “el espacio de información también se ha convertido en un campo de batalla, y ahí hay mucha desinformación, mentiras descaradas, declaraciones provocativas que pueden excitar sentimientos negativos de las personas, dificultar la pronta resolución del conflicto y la reconciliación”.
De ahí su reivindicación de que, en este contexto crítico, “la Iglesia pueda convertirse en un verdadero factor de paz, influyendo positivamente en lo que está sucediendo en nuestra hermana Ucrania”. En este sentido, la clave de su acción es “elevar con especial celo la oración por la paz y, por supuesto, acompañar esta con hechos concretos. Y lo más concreto e importante hoy es brindar asistencia a quienes han sufrido este conflicto; en primer lugar, a los refugiados que se encuentran, entre otros, en el territorio de la Federación Rusa”.
En esta línea, Kirill aseguró que deben “multiplicar nuestros esfuerzos sirviendo a nuestro prójimo y contribuyendo así a la reconciliación entre nuestros pueblos”. Un modo, en definitiva, de “preservar las buenas relaciones entre los pueblos que se vieron envueltos en este conflicto”. Y es que “la Iglesia no puede llevar otra señal que la de pacificación, porque nuestro rebaño está en todas partes, tanto de un lado como del otro lado de las barricadas”.
Finalmente, se refirió a las dos conversaciones telemáticas que tuvo el miércoles 16 con el papa Francisco y con el primado anglicano, Justin Welby. Charlas ambas en las que detectó “un alto nivel de acuerdo y comprensión. Y, quizás, la impresión más importante que tuve fue que nuestros interlocutores no se alejaron de nosotros ni se convirtieron en nuestros enemigos, lo que significa que el contexto político, por la gracia de Dios, no destruye los lazos que creamos con nuestros hermanos, o, como se dice ahora, socios, a pesar de las críticas aplastantes de cierta parte de nuestra comunidad eclesial”.
Desde esa llamada al encuentro, el patriarca moscovita cargó contra quienes, en el seno de la ortodoxia, llaman a que el Patriarcado abandone el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), calificando su permanencia en el mayor órgano ecuménico mundial como “una traición a la Iglesia”. En caso de que eso sucediera, consideró, “nuestra Iglesia estaría en completo aislamiento y no tendríamos la menor oportunidad de transmitir nuestra comprensión de la situación, nuestra visión de lo que está pasando a nuestros socios”.
Por lo tanto, concluyó, “hemos recibido de la vida una confirmación convincente del correcto rumbo hacia el desarrollo de las relaciones con los cristianos ortodoxos y no ortodoxos que nuestra Iglesia tomó en los años de la posguerra. Nuestra participación en los trabajos del Consejo Mundial de Iglesias fue un factor muy importante en el desarrollo de estas relaciones y en la creación de un cierto clima de confianza que hoy, en estas condiciones, nos ayuda mucho”.
En este contexto, también ha dado mucho que hablar la siguiente frase de Vladímir Putin, ese mismo día 18, en un acto propagandístico con 80.000 personas en el Estadio Luzhnikí de Moscú. Ni corto ni perezoso, citó a Jesús de Nazaret para justificar la invasión de Ucrania: “Nadie ama más que quien está dispuesto a morir por sus amigos”.
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