jueves, marzo 10, 2022

El arquitecto que investiga los oscuros centros de datos: "Nos controlan y no sabemos dónde están"

 


BERLÍN.- ¿Pero cuáles son los grandes edificios en las ciudades del siglo XXI que reflejan el poder tecnológico? “En realidad, el poder está en la nube, pero la nube no es intabgible, es un edificio, muchos edificios”, explica Niklas Maak. Este escritor y arquitecto alemán que enseña en la Universidad de Harvard y de Frankfurt no habla de internet como un conjunto de edificios metafóricos, sino de edificios muy reales que ha estudiado a fondo y que, tal y como están planteados actualmente, considera una amenaza a la democracia, ha dicho a El Confidencial. 

“Los centros de datos son los edificios más importantes del siglo XXI en términos de poder, pero están hechos para pasar inadvertidos, son gigantes en horizontal escondidos en medio de desiertos o zonas rurales para ser invisibles”, explica Maak. “Ha habido mucho interés por parte de las empresas tecnológicas en que estos centros de poder físico sean invisibles”, añade mientras paseamos por el Colegio de Arquitectos de Madrid donde realizamos la entrevista. “La explicación más aburrida es que están tan apartados por razones de seguridad”. Según Maak, hay también otras razones menos confesables.

En 2019, había más de tres millones de centros de datos en EEUU y algunos de los más grandes tenían más de 25 km2 de superficie. ¡25 kilómetros! “Estos edificios gigantes que sirven de centros de datos son una nueva tipología de edificios. Si los pusiéramos en vertical serían más grandes que cualquier rascacielos”, añade. ¿Dónde están esos edificios? ¿Cómo son? ¿Por qué sabemos tan poco o nada de estos edificios que acumulan toda la información que vertimos en la red? 

Arquitectónicamente, los centros masivos de datos o ‘cibergranjas’, como las llama Maak, manejan nuestra vida diaria pero se puso a investigarlas al constatar que no están jugando un papel relevante en el debate urbano, en el artístico ni en la arquitectura de las ciudades. Las grandes empresas e instituciones tradicionalmente han tenido edificios simbólicos, pero los centros de datos suelen tratar de pasar inadvertidos, lo mismo andan perdidos en el desierto de Nevada que en Albacete.

“¿Por qué apenas sabemos nada de ellos si en realidad son fortalezas tecnológicas, el equivalente actual a los castillos en la Edad Media?”, se pregunta este arquitecto y ensayista, que además de haber sido editor de arte y arquitectura en el diario ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’, es autor de la novela ‘Technophoria’ (Carl Hanser, 2020), una distopía tragicómica convertida en ‘bestseller’ en Alemania y cuya adaptación a serie de televisión se está rodando y se estrenará el año que viene. 

En su último ensayo, ‘Server Manifesto – Data center Architecture and the future of democracy’ (Hatje Cantz Verlag, 2022), Maak analiza por qué estos centros de datos tan enormes y decisivos son a la vez son invisibles a la mayoría: “Son el centro de poder de nuestro tiempo, el poder tecnológico, pero están diseñados para ser invisibles en el debate público.”

Según sus investigaciones, no es casualidad: “Los datos ocupan un espacio físico, por más que la retórica habitual de estas empresas hablen de una ‘nube’ con retórica celestial, como si los datos estuvieran a salvo en el cielo flotando en el espacio. En realidad, cuando estás viendo una película o escuchando música en streaming, algo está pasando en estos centros de datos. A la nube la llamamos nube porque la invisibilidad es un truco del poder tecnológico para que no nos preguntemos qué hacen con nuestros datos”. 

En ‘Server Manifesto’ plantea problemas muy tangibles que tiene el almacenamiento de datos. Como el incendio que en marzo de 2021 destruyó en Estrasburgo un edificio de OHV, uno de los centros de datos más importantes de Europa. ¿Somos conscientes de lo dependiente que es el mundo digital del mundo físico? “Muchos de aquellos datos se esfumaron físicamente esa noche. Se perdieron, porque la idea de la nube puede ser muy tranquilizadora pero no es real”, insiste. Hubo páginas web que desaparecieron, algunas de organismos públicos franceses. “Lo que había aquella noche en el incendio que destruyó ese centro de datos era una nube, pero una nube de humo, como una metáfora del tránsito de la era de la combustión a las pantallas digitales, en estructuras prácticamente invisibles que controlan nuestras vidas pero no sabemos dónde están”.  

PREGUNTA. ¿Qué consecuencias tiene esa invisibilidad arquitectónica? ¿No será simplemente que los ‘data centers’ están apartados porque es más barato situarlos lejos de las ciudades y tienen estas formas grises a veces incluso miméticas con el entorno, no porque se escondan, sino porque es más práctico?

RESPUESTA. En gran medida, la invisibilidad sirve para que no nos hagamos tantas preguntas sobre nuestros datos. Estos edificios son cada vez más grandes y más anónimos. Por primera vez, el centro del poder (y los datos son ahora el centro del poder) quieren ser anónimos y no ser vistos. Esto tiene implicaciones sociales y políticas, pero también tiene implicaciones ecológicas, porque internet es muy contaminante. Estar todo el rato conectado a la red, viendo cosas en streaming, almacenando en una pulsera el número de pasos que das, o minando bitcoins es muy contaminante, porque todos esos datos se almacenan y necesitan enormes sistemas de refrigeración. Pero mientras parezca que internet es algo etéreo que solo pasa en la pantalla no nos preocupará la huella de carbono que dejan estas empresas. La nube contamina, pero lo llaman nube para que parezca algo limpio y etéreo cuando en realidad si vemos lo que contamina sería una nube de chimeneas muy grandes que devoran energía. Contamina más internet que el conjunto del tráfico aéreo. Así que debemos fijarnos en los centros de datos también por el cambio climático. 

P. ¿Dar un ‘like’ contamina?

R. Si internet fuera un país, estaría justo por detrás de EEUU y China en cuanto a consumo energético y emisiones de efecto invernadero. Las granjas de datos gigantes representan el 2% del efecto invernadero. Algunos países como Singapur ya quieren prohibir la construcción de centros de datos en su territorio y hay empresas tecnológicas que están tratando de operar con energía verde, para hacer frente a estas críticas. Apple está construyendo parques solares y Microsoft quiere dejar que sus servidores funcionan de forma independiente en el fondo del océano, sin intervención humana directa. Podemos imaginar esa inaccesibilidad casi como algo romántico: allá abajo, en las profundidades azules, estarán nuestros mensajes y películas, fotos familiares, mensajes… Pero lo cierto es que allí, bajo el brillo de las olas, tendremos una parte de nuestro cerebro subcontratado. Estamos dejando que una parte de nuestra toma de decisiones se vaya volviendo invisible e ingobernable, en manos de empresas privadas que no nos dicen qué hacen con nuestros datos. Es un problema para la libertad individual y también para la democracia. 

P. ¿Por qué cree que el hecho de que los servidores no estén presentes de forma visible en la arquitectura de las ciudades tiene consecuencias en nuestra democracia? ¿Por qué es un peligro?

R. Antes al llegar a una ciudad sabías dónde estaba el centro del poder de ese lugar, ya fuera el Ayuntamiento, el Palacio, o los grandes rascacielos como en Manhattan. Pero la revolución digital está cambiándolo todo de una manera cada vez menos transparente. Las granjas de servidores son instalaciones en las que si pasas cerca conduciendo no se sabe lo que hay dentro. Y dentro está toda la información de lo que nos gusta, lo que no nos gusta, lo que compramos y hasta los datos del agua, el transporte, de las infraestructuras estratégicas de las ciudades… El fenómeno que más forma está dando a nuestra civilización se ha vuelto invisible. ¿No tendríamos los ciudadanos que saber dónde están nuestros datos y a qué organización pertenecen? Amazon, por ejemplo, gana más dinero almacenando nuestros datos que enviando paquetes. Su verdadero gran negocio es el almacenaje de datos. Los recopilan y procesan como propiedad privada para predecir la conducta de los ciudadanos. La soberanía política, tecnológica y económica está en riesgo si no replanteamos quién, cómo y para qué almacena todos nuestros datos.

P. ¿Cómo se puede recuperar esa soberanía?

R. Recolectar datos es algo grande, puede ser muy bueno y muy útil. No estoy en contra de los móviles y la tecnología, todo lo contrario. Pero necesitamos entender cómo funciona. Necesitamos nuevas leyes que regulen el almacenaje de los algoritmos de predicción del comportamiento y más educación para que la gente entienda cómo hacer un buen uso de sus datos. La falta de preocupación que todos compartimos al darle a ‘aceptar’ todas las condiciones de uso sin saber dónde van esos datos ni qué beneficio generan es el primer éxito de la manipulación de estas compañías que prometiendo la libertad socavan la autodeterminación. Estos datos que se dedican a predecir el comportamiento humano no deberían estar en manos de empresas que pueden hacer con esos datos lo que quieran. 

P. ¿Las ‘smart cities’ no son entonces tan ‘smart’ como dicen?

R. Deberíamos estar preocupados. En Dresde, Volkswagen está cooperando para la implantación de coches eléctricos en la ciudad, pero la pregunta debería ser si la ciudad en el futuro necesita realmente más coches o si más bien hay que repensar el modelo de movilidad en formas menos contaminantes y más eficientes que necesitar una mole de dos toneladas para transportar una o dos personas. Delegar en las empresas el diseño del futuro de las ciudades no es lo innovador, porque nos van a vender aquello que ya saben hacer, que no es necesariamente lo que más falta hace en una ciudad ni lo que las nuevas tecnologías permiten desarrollar. No tenemos por qué definir el futuro con las estructuras heredadas del pasado. Los algoritmos pueden ayudarnos mucho, pero hay que repensar qué uso les queremos dar. Las ‘smart cities’ tienen que replantearse qué es lo que realmente les hace ‘smart’.

P. ¿Necesitamos también cambiar el marco legislativo?

R. Necesitamos leyes que protejan a los ciudadanos del uso que se da a esos datos. ¿Cómo se establece la propiedad de esos datos y el uso que se hace de ellos? La mayoría de los políticos no entienden desde el punto de vista técnico qué pasa con estos datos y no están capacitados por tanto para legislar bien sobre ello. Pero esto compete no solo a grandes instituciones, también a pequeños ayuntamientos que están desarrollándose como ‘smart cities’. ¿No se están preguntando esos alcaldes qué pasa si los datos de movilidad de todos sus ciudadanos o de consumo de agua o electricidad pasan a estar en manos de una empresa privada? Estamos dejando que el futuro quede en manos de las empresas privadas, pero necesitamos soberanía tecnológica. Estamos regalando nuestros datos a las empresas y después pagando por los servicios que nos dan estas empresas tecnológicas con la explotación de nuestros propios datos. Pagamos dos veces. La capacidad de gobierno de las ciudades ya no es posible sin el acceso a los datos, pero los gobiernos están delegando por completo la gestión de esos algoritmos a empresas privadas. 

P. ¿Qué significa su propuesta de que necesitamos espacios públicos en los que experimentar con lo digital? ¿Qué papel puede jugar la arquitectura en estas soluciones?

R. Igual que antes se construían bibliotecas para que la gente pudiera tener acceso a la lectura y a la educación, en la era digital hacen falta edificios que permitan comprender cómo funcionan los datos y qué suponen para la democracia. Si los datos son los tesoros de la era digital, tenemos que reivindicar espacios públicos para experimentar con ellos y reclamar la gobernanza digital para la gente. Las granjas de servidores en sí, como edificio, no son el problema. No es el crimen, es la escena del crimen. Es lo que sucede en su interior lo que debe preocuparnos, porque debería ser más transparente y estar regulado. 

Para eso Maak piensa que los ayuntamientos deberían construir unos centros cívicos que hagan visibles los datos. No habla de este edificio en la teoría ni como una arquitectura simbólica e imaginativa, sino como un centro de la era digital. Con sus alumnos de arquitectura ha trabajado en diferentes modelos de diseño, algunos más utópicos que otros. Niklas Maak propone una especie de Centro Pompidou de los datos. Un lugar público donde la gente en sus ciudades pueda acudir a entender cómo funcionan los algoritmos y experimentar con ellos, con acceso a la información necesaria para saber quién controla la inteligencia artificial, las plataformas y la nube; una granja de servidores que haga visible lo invisible como lugar de activación política. “Un centro cívico para la era digital tendría que ser un lugar donde incluso los políticos podrían entender que la digitalización”, explica Maak.

‘Servermanifiest’ deja más preguntas que respuestas, que de eso es de lo que va el futuro, de hacerse muchas preguntas: ¿Cómo puede la gente tener soberanía si no es dueña de sus propios datos? ¿Es democrático que unos algoritmos en manos privadas traten de predecir continuamente nuestro comportamiento? ¿Qué nuevas formas de democracia participativa son posibles? Su manifiesto sobre el peligro de los algoritmos sale a la venta el mes que viene. En Amazon, por supuesto.

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