jueves, marzo 10, 2022

'El tercer imperio': el posible libro de cabecera de Putin que predice sus pasos

 


MADRID.- ¿Y si todo esto estuviera escrito? Es decir, ‘escrito’ no como predestinación o diseño divino, sino más bien a modo de aspiración, incitación e incluso manual de uso. Lo llamaremos distopía. Su título es El tercer imperio: la Rusia que estaba destinada a ser, una novela de ciencia ficción publicada por Mijaíl Yuryev en 2006, según recuerda el digital theobjective.com


Diputado de la Duma entre 1996 y 1999, de la que llegó a ser vicepresidente, Yuryev, que falleció hace tres años, se dedicó al periodismo y a la novela tras su paso por la política. El tercer imperio, editado sólo en Rusia, es probablemente la más bizarra de sus creaciones, una crónica más pseudo ensayística que narrativa que describe, desde la óptica de un historiador brasileño del año 2053, los pasos que llevaron a la forja del Tercer Imperio Ruso bajo el impulso de Vladimir II el Restaurador y su sucesor Gabriel en el primer cuarto del siglo XXI.

Llegué a esta historia a través de un artículo en Novaya Gazeta (traducido por Google) del pasado día 3. Cuando regresé para rescatarlo como material para mi propio artículo, me encontré con que la censura rusa había hecho de las suyas: debido a una nueva norma, los periodistas de Novaya Gazeta, referente en la prensa opositora, tuvieron que eliminar contenidos polémicos para eludir los 15 años de cárcel a los que se enfrentan quienes informan contra los intereses del Ejército o el Estado. 

Por suerte, a base de redirecciones entre blogs de toda calaña, logré dar incluso con el texto de El tercer imperio, que sirve de base para el presente reportaje. 

Se ha señalado que es el libro de cabecera de Putin e incluso algunas fuentes reflejan que el ahora sí conocido en Occidente Alexander Dugin (a quien se tiene por el pensador más influyente del presidente ruso) lo puso en las manos de Putin con la siguiente inscripción al dorso: «Esta es la Rusia por la que deberíamos matar y morir».

 El libro saltó tangencialmente a la prensa rusa y anglosajona tras la anexión de Crimea y el estallido en Donbás debido a que los hechos narrados por Yuryev encajaban asombrosamente con lo sucedido en el año 2014. La periodista Mariya Snegova escribió entonces en una web rusa: «Se rumorea que fue leído por muchos miembros de la administración presidencial y por Putin; el libro ofrece una visión única de toda la trayectoria de Rusia en los últimos ocho años».  

A pesar de ser lo que llamaríamos una distopía, una novela de ciencia ficción que augura un mundo poco halagüeño para las libertades occidentales, puede haber inspirado movimientos geopolíticos de la administración presidencial. 

Imaginando el futuro, de alguna manera Yuryev, que algo debía saber sobre lo que hablaba, podría haber influido en la Historia. En ese sentido, El Tercer Imperio, si no como crónica cerrada de lo que está por venir, sí puede leerse como el armazón visionario (trufadísimo de apología y mesianismo ruso-imperial, de guiños y símbolos patriótico-históricos, cual un Silmarilion eslavo) y hasta cierta ‘hoja de ruta’ de lo que viene haciendo Putin en la esfera internacional y lo que podría estar pensando hacer.        

Y ahora sí, vamos con la ‘Historia’

Estructurada en tres partes y narrada desde el año 2054, Álvaro Branco dos Santos, historiador nacido en Sao Paulo, da cuenta inicialmente de los avatares del Primer y Segundo Imperio rusos, correspondientes grosso modo al zarista y el soviético; del periodo de «degradación» de Boris II el Maldito (Yeltsin) y de la etapa reformista de Vladimir II (tampoco hay que ser muy avispado para ver a Putin) que pone la primera piedra para la rehabilitación imperial y la dominación rusa del mundo. 

El narrador recuerda que a Vladimir se le conoció como el Restaurador porque bajo su mandato «Rusia volvió a convertirse en una gran potencia (incluso con elementos de una superpotencia al final del reinado)». 

Aunque contemporizador en un principio, las «agresiones» a los intereses rusos de Estados Unidos en Georgia, Bielorusia y Kirguistán, hacen a Vladimir tomar cartas en el asunto y prepararse para el choque de civilizaciones: «Al darse cuenta de que había llegado el momento, Vladimir II comenzó a actuar: el período de paz aún continuaba, pero se acercaba rápidamente a su fin. 

En primer lugar, era necesario cuidar la economía, de hecho, en ese momento estaba en alza, pero en términos de su estructura sectorial e institucional estaba completamente desprevenida para cualquier choque. La dependencia de las importaciones era inaceptablemente alta, así como de la exportación de materias primas y productos semielaborados, y la mayor parte del potencial de inversión provenía de grandes jugadores cosmopolitas (aunque en su mayoría de origen ruso). 

Además, los enormes fondos para Rusia en ese momento, las reservas de oro y divisas del Banco Central y el fondo de estabilización del gobierno, por un total de más de 300 mil millones de dólares, estaban directamente en la moneda, y principalmente en dólares estadounidenses. Esto significaba que simplemente se pueden congelar en cualquier momento, y con cualquier agravamiento de la situación internacional, América, y bajo su presión, Europa no dejará de hacerlo». 

Las previsiones de Yuryev, no tanto en la política económica y comercial rusa (que venían apuntándose ya en la época en que fue publicado el libro) sino en cuanto a la reacción occidental de ‘cordón sanitario’ son asombrosamente actuales.

A partir de aquí, el libro pierde el apoyo directo en la Historia y comienza la recreación de la misma desde un futuro en que todo ha sido ya realizado. Sin embargo, las coincidencias continúan: Rusia se hace con el control de Turkmenistán, Transnistria, Bielorusia y, ojo, Abjasia y Osetia en Georgia. Vladimir II promulga una nueva Constitución, que amplía territorios y le da poderes autocráticos; los oligarcas pasan de ser vividores del Estado a patrióticos colaboradores en la restauración imperial gracias a la política firme del regente. 

Como resultado de los intentos democráticos en Ucrania, en 2007, según la cronología del libro, estalla un levantamiento en toda la zona este de Ucrania. Regiones como Donetsk, Kharkiv, Zaporozhye, Luhansk, Dnepropetrovsk, Kherson, Odessa, Mykolaiv y Crimea se separan del resto del país y piden amparo a Rusia, que despliega 80.000 unidades en la zona y vence a la OTAN. «La histeria antirrusa en la prensa y en el establecimiento político en Europa y Estados Unidos durante este período alcanzó un nivel completamente surrealista. Se convirtió en un lugar común decir que los rusos son infinitamente más terribles para la humanidad que Genghis Khan y Hitler juntos, por lo que parecía que desayunaban bebés. Los ucranianos, por otro lado, fueron retratados no solo como víctimas, sino casi como el centro de todo lo brillante y valioso en la Tierra». 

Para 2009, el mundo vive una Guerra Fría y Occidente está llamado a declinar bajo el liderazgo cada vez más inoperante de Estados Unidos, empeñado en «gobernar sin poseer» amplias partes del mundo: «Y fue precisamente este enfoque de Occidente, y nada más, lo que predeterminó su muerte, así como por alguna razón en general en la historia cada civilización, habiendo alcanzado la cima de su poder, comienza a cavar su propia tumba con sus acciones». 

Antes de la deflagración definitiva, estalla una Gran Crisis Financiera (2010 según el libro), algo que quizás podía ser previsto para alguien informado como Yuryev en el año 2006 pero no deja de ser sorprendente. Desconozco si hay ediciones posteriores en las que el autor pudiera hacer correcciones al hilo de la actualidad. En cualquier caso, Rusia capea mejor el temporal por las medidas previas aislacionistas de Vladimir II y Occidente se debilita sin remedio.

En 2012, Gabriel Sokolov, «claramente el hombre más grande del siglo XXI», ha llegado al poder. En Estados Unidos, mientras, se ha pasado de Bush II a Hillary Clinton (no, nada se dice de Trump o Biden) y de ésta a Bush III, un hombre «ansioso de poner a Rusia en su lugar». 

Ambas civilizaciones están abocadas a la más titánica de las confrontaciones. El escenario de la conflagración nuclear arranca en la Bahía de Bengala, con India como protegido de Rusia. 

Aquí es ya la nueva potencia imperial la que tiene la mano ganadora: «Pero los tiempos en que los rusos actuaban reactivamente en la política mundial, reaccionando exclusivamente a las acciones de otras personas, han pasado: toda esta situación, de hecho, fue cuidadosamente preparada por los rusos durante mucho tiempo y en realidad fue concebida como nada más que un episodio no muy significativo en el gran juego». 

Así, después de dimes y diretes, el Tercer Imperio lanza varias ojivas nucleares en zonas despobladas de Estados Unidos. Alarmado, Bush III descarga 500 ojivas sobre Rusia (el 12% de su arsenal, ya que no pretende una destrucción universal), todas ellas neutralizadas por un «escudo milagroso ruso» del que, dice el narrador, se desconoce su composición en el año 2054.

Totalmente amordazado por el poderío nuclear, Estados Unidos capitula; Rusia ocupa zonas estratégicas pero acaba replegándose (en un giro hacia la fantasía redentora) garantizando la independencia y la seguridad de Norteamérica y todo el continente, que queda neutralizado para ejercer acciones exteriores y pierde su influencia financiera en el mundo. A partir de entonces, los Estados Unidos serán un apéndice tolerado por Rusia. 

El gran Gabriel realiza entonces un discurso histórico a los americanos: «¿Y quién te hizo juez y maestro sobre el resto del mundo? Sin embargo, esta pregunta es retórica, solo uno da poder sobre el mundo, el Diablo, y solo uno, el Anticristo empuja a globalizar todo el mundo, haciéndolo igual. Es más, si hubieras llevado tus valores a otros pueblos, es decir, el dinero y la democracia, incorporando cada vez más países a la propia América, aunque sea por la fuerza, como lo hizo la Primera Roma, entonces al menos los frutos de lo que le impusiste sería cosechado. Pero no, no querías cargar con ninguna responsabilidad por tus acciones. Entonces, aparentemente, el Señor nos eligió para ponerte coto».

Sojuzgada la gran potencia, sólo queda Europa. Para entonces, Alemania ha decidido acercar posturas, pero Francia, Gran Bretaña, Italia y España (sic), persisten en la OTAN. Viajan a Moscú amedrentados, en busca de una salida y piden a Gabriel un estatuto similar al norteamericano.

 «Pero se esperaban una sorpresa muy desagradable. Gabriel dijo que Rusia no les iba a ofrecer tales condiciones, en cambio les ofreció rendirse en condiciones diferentes. Los países europeos serán anexionados y se convertirán en partes de Rusia, con una pérdida total de soberanía, y las partes no serán autónomas ni autogobernadas, sino las más ordinarias. 

Su población recibirá un permiso de residencia y, después de ocho años de naturalización, en ausencia de reclamos de la Policía, todos se convertirán en ciudadanos rusos». Europa capitula en bloque. La asombrosa generosidad de Rusia con Estados Unidos no tiene cabida con ellos porque «Europa ha intentado destruirnos, conquistarnos o debilitarnos muchas veces en todas las épocas». 

Ya sólo quedan reductos levantiscos en Turquía, Polonia y en una Ucrania «muy polonizada», la del Oeste, destruidas sin remedio por el Tercer Imperio.

En 2054, según la fantasía de Yuryev, Rusia se extiende desde Siberia hasta Groenlandia, con toda Europa en sus manos. América es un conglomerado unitario de naciones bajo la protección de Moscú y apenas queda espacio para China y una confederación africana. La profecía se ha cumplido: Moscú es la Tercera Roma; el mundo es eslavo. 

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